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Dante E. Zegarra López, Periodista, Arequipa (Perú)

domingo, agosto 14, 2005

Un diablo que vino en barco

Un diablo que vino en barco
Dante E. Zegarra López


El diablo llegó formando parte de un púlpito, a bordo de un barco desde Francia, en medio de una guerra, como producto de un legado de una dama arequipeña y la apreciación artística del hermano de un Obispo. Y desde hace 126 años vive aplastado por la fe, en la Basílica Catedral de Arequipa.

El monumental púlpito de la Catedral, desde hace más de tres décadas, sólo cumple una función decorativa, al haber quedado en desuso la utilidad de éstos en las funciones litúrgicas de la Iglesia. El empleo de altavoces y la costumbre de pronunciar las homilías en medio de la feligresía, dejaron a los púlpitos sin la razón práctica de siglos pasados. Incluso su ubicación, al celebrarse la Eucaristía con el sacerdote mirando al pueblo, ha quedado ubicado en el lado opuesto al que debía. El púlpito debe estar en el lado del Evangelio, es decir a la derecha del celebrante.

Los púlpitos, cuyos orígenes se remontan a tiempos antes de Cristo, tuvieron su origen en el Logelon, del teatro griego, introducido por Esquilo, al igual que en el bema o bima, que los judíos emplearon en las sinagogas para leer la Sagrada Escritura o dirigir la palabra al pueblo.
En la era cristiana, fueron las basílicas latinas del siglo IV quienes introdujeron la presencia de estos elementos. Dos ambones fueron primero, antes de quedar reducidos a uno.

Tras el incendio que sufrió la Catedral arequipeña el 1 de diciembre de 1844, ésta tenía necesidad de un púlpito, el que llegó de Francia, 35 años después.

Al parecer, el púlpito de la Catedral nunca fue oficialmente inaugurado (y posiblemente tampoco bendecido), por lo menos con la solemnidad con que se acostumbraba. La razón, habría estado vinculada con la muerte, en Lima del obispo de Arequipa, monseñor José Benedicto Torres, el 8 de enero de 1880.

El Maestrescuela de aquella época, Mariano Lorenzo Bedoya, fue quien recibió los quince cajones que llegaron de Lille (Francia) en barco, trayendo el púlpito para la Catedral, con el diablo incluido.

Llegó, como si fuera un rompecabezas. Esto obligó al buen Maestrescuela a solicitar la colaboración de Eduardo Ponsignon (Cónsul francés en estas tierras) y de Mariano Dámaso Romaña, para que interpretando los planos, dirigieran a los carpinteros contratados para ensamblar las piezas.

La matrona arequipeña, doña Javiera Lizárraga viuda de Alvarez Comparet, dejó su casa como legado, para que con el producto de su venta se hiciese construir un púlpito para la Catedral.
La casa, que a la muerte, de doña Javiera estaba valuada en ocho mil pesos, se deprecio después del terremoto de 1868, que la arruinó en parte.

Con todo, la venta de la casa, produjo la suma de 6,027 pesos, de los cuales seis mil, con sus réditos, fueron suficientes para pagar al artista y, satisfacer los gastos de embarque, conducción y seguros hechos en Europa.

Inicialmente, según figura en el octavo libro de acuerdos del Cabildo Eclesiástico (sesión del martes 6 de febrero de 1877), se buscó en Arequipa, Lima y Cusco al artista que se hiciese cargo de la construcción del púlpito de la Catedral, sin éxito.

Ante la ausencia de artistas o artesanos que asumieran la ejecución del trabajo en el país, se encargó (como otras tantas cosas) al Ministro Plenipotenciario del Perú en Francia, el arequipeño Juan Mariano de Goyeneche y Gamio, para que contratase la obra con algún artífice europeo.

Don Juan Mariano, lo encargó a los talleres de Buisine-Rigot de Lille (Francia). El taller propiedad de Charles Buisine-Rigot era una empresa familiar en la que destacaba la presencia del hijo de éste, Edouard. Charles fue el más importante carpintero escultor de Lile en el siglo XIX. El púlpito construido en los talleres francés llegó a Arequipa el 16 de diciembre de 1879.
Trabajado en dura madera de encima, presenta tallado, en su pie, al diablo alado que con su cola lo enrosca, aplastado por la fe, y sobre él, una cazoleta en la que se levanta la cátedra. Rodeando la base de la cazolera figuran seis imágenes de ángeles.

La cátedra tiene, talladas en alto-relieve, las imágenes neogóticas que representan a los evangelistas y a Jesucristo. Este, en medio, muestra un libro abierto con la inscripción en latín "Qui vos audit Me audit" ("Quien a ti escucha, me escucha a mi").
En el respaldar, por un lado, se presenta la imagen de la Virgen, en su advocación de la Inmaculada y, por el otro, la de San José.

El tornavoz, que cubre como dosel el conjunto, sostenido por dos columnas que se levantan sobre la cazoleta, presenta el símbolo del Espíritu Santo, la paloma, irradiando sus luces.
La Cruz, levantada sobre una torre sostenida con especies de arbotantes, corona el tornavoz.
El bello conjunto del púlpito está ornamentado con racimos de uvas, ramos de olivo, adornos de frutas y ánforas rodeadas con cabezas de águilas.

La doble escalera que desde atrás lleva hasta la cátedra, tiene por delante una pequeña puerta. En los frisos de las paredes laterales que sostienen la puerta, se presentan las alegorías de los evangelistas: el águila (reconstruido), el toro, el ángel y el león.

Estas alegorías están basadas en los comienzos de cada uno de los Evangelios que escribieron. San Marcos es representado por el león ya que su evangelio empieza con la predicación de Juan "El Bautista" en el desierto; Lucas queda representado con el toro o el becerro, por que su escrito comienza con el sacrificio de Zacarías; a Mateo la iconografía lo representa por un hombre alado, toda vez que su texto empieza con la genealogía humana de Jesús, en tanto que a Juan con el águila que clava su mirada al sol ya que su libro comienza fijando su mirada en la eterna generación del Verbo.