Una visita inolvidable
Dante E. Zegarra López
Pocos serán los arequipeños, mayores de 35 años, que
no tengan un recuerdo, por más borroso que sea, de aquel sábado 2 de febrero de 1985, cuando
por primera vez llegó a nuestras tierras un Papa.
Ahora ese papa: Juan Pablo II, el papa polaco, es
elevado a los altares de la Iglesia Católica como santo, como modelo de vida
por su fe sencilla, profundidad mística y valentía.
Más de medio millón de personas, los que tuvieron la
oportunidad de estar en el campo papal, los que lo vitorearon en las calles del
recorrido y los que vivieron aquellas horas, a través del pool de la televisión
peruana, guardan en su memoria recuerdos de este día.
Personalmente, la memoria de ese sábado 2 de febrero,
nos lleva a las cuatro de la madrugada, tras casi tres horas de descanso,
después de una jornada de 18 horas de coordinaciones en el Palacio Arzobispal.
El día era frío y nuboso, pero sobretodo, era el día de culminación para el
cual todos nuestros esfuerzos, de mes y medio, estuvieron dirigidos.
Dos horas antes, en la Capilla del Cuartel del Ala
Aérea N° 3, Eva Valencia y su sobrino Jaime Herrera, comenzaron a engalanar la
imagen de la Virgen de Chapi, que desde dos días antes se encontraba allí,
traída en helicóptero por elementos de la FAP, encabezados por el padre Jorge
Carlos Beneito Mora S.J. Fue vestida con manto primorosamente bordado a mano en
hijo de oro por las religiosas de Santa Catalina y se le colocó como una única
joya, un collar de perlas que le obsequiara Dora Benavente de Sanjinés y en la
mano un pañuelo blanco bordado por Amalia Valencia.
Como ejecutivo de la Comisión Arquidiocesana de la
Visita del Papa, teníamos que comprobar in situ, que todo aquello planificado
por las 17 comisiones, estaba en marcha. De allí nuestra presencia madrugadora
en el Campo Papal, ubicado en la zona que hoy ocupa la Biblioteca Central de la
Universidad Nacional de San Agustín, hasta los confines del entonces
inexistente Estadio de la UNSA.
A esa hora de la madrugada, el número de personas
que se encontraban en el Campo Papal, era de varios miles. La mayoría de ellos
portaban la tarjeta de invitación que, una a una tuvimos que firmar, como
medida de seguridad para evitar falsificaciones. Su ubicación en el terreno,
formaba un semicírculo de seguridad alrededor del Altar, cuya construcción
estuvo a cargo del arquitecto Pedro López de Romaña.
El centenar de miembros del Movimiento de Cursillos
de Cristiandad, se había ubicado en los puntos clave, para, si el caso lo requería,
formar una guardia de corps, alrededor del papa y de los obispos.
Conforme pasaban las horas, el campo papal se fue
poblando por feligreses, por los miembros del coro de 200 voces infantiles que
dirigiera el profesor Gubert Dimas Zúñiga Paredes, por enfermos, por los niños
que harían su Primera Comunión, por quienes recibirían la eucaristía de manos
del pontífice y por quienes participarían en algún pasaje de la Misa haciendo
las lecturas y las ofrendas.
Sobre las 7 de la mañana, cuando la imagen de la
Virgen de Chapi, que fue traslada en helicóptero desde el Cuartel de la FAP
hasta una esquina del llamado Estadio Ho Chi Min, era llevada en hombros por un
grupo de jóvenes hasta un costado del Altar, iniciamos un recorrido de
inspección a lo largo de la ruta que recorrería el Papa Juan Pablo II.
El amenazante cielo nuboso, fue despejando dando
paso a rayos de sol, y alejando la tradicional lluvia del día de la Candelaria.
Algunas de las arterías, engalanadas con banderas
peruanas y del Vaticano, a esa hora
comenzaban a poblarse. Ancianos, jóvenes y niños, hombres y mujeres se
ubicaban en sillas o simplemente permanecían de pie.
En el aeropuerto “Alfredo Rodríguez Ballón”, donde
el acceso estaba restringido. A un costado de la pista de aterrizaje ya había
terminado el movimiento de tropas de acuerdo a lo dispuesto por el Reglamento
de Protocolo Militar. Allí estaba la banda de músicos, una compañía de tropa al
mando de un Oficial Superior con su Estado Mayor.
Poco a poco fueron llegando las autoridades que
presentarían su saludo al pontífice. Por protocolo encabezaba a éstas el
Presidente del Tribunal de Garantías Constitucionales, seguido del Presidente
de la Corporación de Desarrollo, Carlos Meneses Cornejo, el Prefecto del
Departamento, Gonzalo Cornejo, el Alcalde de la Ciudad, Rafael Bragagnini
Zapater, entre otros.
El arzobispo, monseñor Fernando Vargas, llegó
alrededor de las 8:00. En el cruce de la avenida Aviación y la pista de ingreso
al aeropuerto, hicimos las últimas coordinaciones. Allí le informamos que horas
antes habían llegado, cinco ejemplares del libro que sobre el Monasterio de
Santa Catalina y sor Ana de los Ángeles Monteagudo, que habíamos escrito. El
prelado, dispuso que hiciese entrega al Papa de dos de ellos, después del
almuerzo en su residencia de la avenida Bolognesi.
Centenares de personas se ubicaron alrededor del
templo parroquial de Zamácola, engalanado para la ocasión. A lo largo de la
avenida Aviación, elementos de la policía se ubicaban sistemáticamente cada
veinte metros. Ellos evitarían que el público invadiera la vía. Frente a la
Clínica Hogar de San Juan de Dios, se instaló un ambiente destinado a los niños
hospitalizados en ella, para que pudieran recibir la bendición del Papa.
Las calles y avenidas del recorrido papal: Aviación,
Ejército, Marina, Juan de La Torre, Benavides, Arequipa, Progreso, Plaza Mayta
Capac, Cuartel Salaverry, Teniente Palacios y Venezuela, se encontraban
colmadas de personas, banderas y pancartas.
El Papa, que recibió honores de Jefe de Estado, a su
arribo a Arequipa, había llegado al Perú, horas antes y cumplido un apretado
programa de actividades. El cambio de clima le afectó y presentaba fiebre al
llegar a Arequipa. Sin embargo eso no fue obstáculo para concelebrar con casi medio centenar de
obispos la Eucaristía y las ceremonias de coronación de la Santísima Virgen de
Chapi y de beatificación de Sor Ana de los Ángeles Monteagudo.
El revuelo y los vítores que acompañaron a su
ingreso al campo papal, se convirtieron en respetuoso silencio, al comenzar la
celebración de la Misa con el canto de entrada que proclamaba: Que alegría
llenarse el alma. Si estamos junto a Ti, Señor, grande es nuestro gozo.
El arzobispo Fernando Vargas, le dio la bienvenida.
Luego del acto penitencial y antes del Gloria, se efectuó el Rito de
Beatificación de Sor Ana de los Ángeles Monteagudo. El prelado arequipeño al
hacer el bosquejo biográfico de Sor Ana, recordó que era la primera religiosa
de clausura del continente americano proclamada Beata.
Eran las 11:30, cuando Juan Pablo II pronunció la
fórmula de Beatificación, estableciendo que se pueda celebrar su fiesta el día
10 de enero, día de su tránsito para el cielo.
Hablando sobre la Beata Ana de los Ángeles
Monteagudo el papa dijo: “En ella admiramos sobre todo a la cristiana ejemplar,
la contemplativa, monja dominica del célebre monasterio de Santa Catalina,
monumento de arte y de piedad del que los arequipeños se sienten con razón
orgullosos. Ella realizó en su vida el programa dominicano de la luz, de la
verdad, del amor y de la vida, concentrado en la conocida frase: «contemplar y
transmitir lo contemplado».
“Sor Ana de los Ángeles realizó este programa con
una intensa, austera, radical entrega a la vida monástica, según el estilo de
la orden de Santo Domingo, en la contemplación del misterio de Cristo, Verdad y
Sabiduría de Dios. Pero a la vez su vida tuvo una singular irradiación
apostólica. Fue maestra espiritual y fiel ejecutora de las normas de la Iglesia
que urgían la reforma de los monasterios. Sabía acoger a todos los que
dependían de ella, encaminándolos por los senderos del perdón y de la vida de
gracia. Se hizo notar su presencia escondida, más allá de los muros de su
convento, con la fama de su santidad. A los obispos y sacerdotes ayudó con su
oración y su consejo; a los caminantes y peregrinos que venían a ella, los
acompañaba con su plegaria.”
El Papa agregó: “Sor Ana de los Ángeles confirma con
su vida la fecundidad apostólica de la vida contemplativa en el Cuerpo Místico
de Cristo que es la Iglesia. Vida contemplativa que arraigó muy pronto también
aquí, desde los albores mismos de la evangelización, y sigue siendo riqueza
misteriosa de la Iglesia en el Perú y de toda la Iglesia de Cristo.”
Concluida la homilía, el papa Juan Pablo II procedió
a la coronación pontificia de la imagen de la Santísima Virgen de Chapi. La
corona, de kilo y medio de peso, elaborada especialmente para la ocasión, tuvo
como base una corona colonial, a la que se la adosó placas de oro, perlas,
diamantes, y otras piedras preciosas que fueron donadas por la señora Olga
Álvarez de Vizcarra y su hija María Eugenia. El trabajo artesanal de la corona
fue realizada por Carlos de Ibarra Mares bajo la atenta supervisión del padre
Alberto Clavel.
Juan Pablo II antes de colocar la corona y poner en
sus manos un rosario de oro, en su oración dijo: “Mira, Señor, benignamente a
estos tus siervos que, al ceñir con una corona visible la imagen de Cristo y de
su Madre, bajo la advocación de “Santísima Virgen de Chapi” reconocen en tu
Hijo al Rey del universo e invocan como Reina a la Virgen María”
Por su parte la asamblea de fieles cantó: “Excelsa
Virgen de Chapi mensajera de los cielo, prodiga tus bendiciones a este pueblo
que te aclama”, mientras la campanas de la ciudad repicaban.
Un grupo de niños hicieron su Primera Comunión y un
centenar de personas, recibieron la hostia consagrada de manos del Papa Juan
Pablo II, mientras que otras decenas de
miles de personas lo hicieron de manos de sacerdotes que se distribuyeron por
el campo papal.
Tal como sugirió el padre Jorge Carlos Beneito SJ,
concluida la Misa, la imagen de la Virgen de Chapi, recorrió todo el campo
papal, permitiendo un fácil desplazamiento del Papa hacia la residencia
arzobispal. Allí almorzó y descansó antes de salir hacia el aeropuerto.
A su salida, Juan Pablo II recibió una serie de
obsequios de parte de más de un centenar de personas que accedieron a la
avenida Bolognesi. A una indicación de monseñor Vargas, pusimos en manos del
Papa, los ejemplares de nuestro trabajo sobre el monasterio de Santa Catalina y
sor Ana de los Ángeles Monteagudo. Habíamos pensado en un pequeño discurso,
pero llegado el momento indicado, quedamos mudos y sólo atinamos a
arrodillarnos y poner en sus manos el fruto de nuestro trabajo.
En el aeropuerto, centenares de jóvenes superaron a
las fuerzas del orden y llegaron hasta la escalinata del avión para despedir a
Juan Pablo II.
A la distancia del tiempo, 29 años, cada arequipeño
que vivió ese 2 de febrero de 1985, tiene su propio recuerdo de Juan Pablo II,
avivado hoy en la memoria, al ser elevado a los altares como santo. En lo
personal, estuvimos de rodillas ante un santo, en vida.
(Arequipa, 24 abril 2014)

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