dante1944

Dante E. Zegarra López, Periodista, Arequipa (Perú)

domingo, junio 12, 2005

Abrirán monasterio de clausura

La primera vez

Dante E. Zegarra López


Eran las cuatro de la tarde, minutos más, minutos menos. Era una tarde de octubre de 1982. Hacen casi 23 años.

La visita antes de realizarse fue un secreto guardado entre cuatro personas. Pero siete fueron las que la realizaron. Afuera quedaron una docena sin poder concretarla. El personaje central era el presidente de la República. El arquitecto Fernando Belaunde Terry. El lugar: el monasterio carmelita teresiano de San José.

Habían pasado, en esa fecha, 18 años desde que ingresé por primera vez a una clausura de un monasterio de monjas. Es decir once años antes que el monasterio de Santa Catalina abriera sus puertas (1975). Pero ese día la oportunidad que tenía era inigualable. Era la oportunidad de conocer otro. Otro con fama de más austero. Se trataba del monasterio carmelita teresiano de San José.

Casi nadie lo conoce por su nombre: San José. Es nombrado como monasterio de Santa Teresa, en recuerdo de la madre fundadora de la rama reformada en 1562 de los carmelitas. También se le conoce como monasterio del Carmen, aludiendo a la Virgen del Monte Carmelo.

Cuando lo visité, en mi mente surgieron las comparaciones entre las dos clausuras, la de Santa Catalina y la de San José.

En la primer visita que realicé al monasterio dominico de Santa Catalina, en 1964, no pude ver el rostro de ninguna religiosa. Ellas desaparecían ante nuestra presencia, anunciada por una campanilla.

En cambio, en esa primera visita a la clausura del monasterio carmelita teresiano de San José (1982), fuimos saludados por una religiosa que nos condujo hasta la Sala Capitular. Allí estaban 20 religiosas sonrientes. Sobre el arco de la puerta se mostraba, pintado el nombre del monasterio: San José y el día de su fundación 23 de noviembre de 1710.

En ambos monasterios, el primer claustro estaba vacío. Pero el carmelita lucía banderas peruanas al pie de cada pilar. Fueron colocados en forma inclinada como saludando al personaje que lo visitaba.

Pero los claustros también diferían. En Santa Catalina la arquitectura impresiona, aplasta. Es maciza, volumétrica. En el monasterio carmelita la arquitectura es casi estilizada, sobria, sino fuera por las bruñas, hendiduras marcadas en la argamasa que une los sillares.

En Santa Catalina, las pinturas se mostraban en los claustros para la meditación. Los claustros del monasterio de San José sólo presentaban pensamientos de meditación escritos en sus paredes. Pero me impresionaron en éste las paredes de los ambientes interiores cargados, pertrechados, tachonados de pinturas. De pinturas gigantescas. De pinturas bien conservadas.

El ambiente sosegado, en ambos casos, contrastaba con la agitación que me causaba descubrir el secreto mundo impuesto por la clausura. En los dos casos tomé fotografías casi al vuelo, intentando captarlo todo.

La visita duró media hora o una hora. No lo se. Para mi fueron instantes, tan breves que tuve la sensación que fueron apenas un suspiro.

Años después´, acompañando a Carlos Meneses, que intentando obtener imágenes del interior del monasterio para el programa de TV que dirigía, supe valorar esa primera visita.

Teníamos la autorización del arzobispo. A una clausura de monjas no ingresa hombre o mujer sino tiene tal autorización. A pesar de contar con ella no ingresamos. Para entrar en un monasterio de clausura se requiere además la aceptación de la priora. Es ella quien finalmente decide si permite que alguien extraño ingrese a su clausura. Así lo dicen los cánones. Y así se cumplió. Por eso esa primera visita hace 23 años es un recuerdo que evoco constantemente para no olvidarlo, apoyado por las fotografías que tomé.