Una arquitectura monumental
Por Dante E. Zegarra López
Construido sobre un terreno de 20 mil 426 metros cuadrados, el monasterio de Santa Catalina de Sena de Arequipa, registra entre sus muros las modificaciones y tendencias arquitectónicas que van desde 1681 hasta nuestros días.
Tres claustros, seis calles, un pasaje, una plaza y un templo constituyen en síntesis el desarrollo urbanístico de la ciudadela conventual. Ciudadela que ha atrapado entre sus muros perimétricos la permanente pugna entre las fuerzas de la naturaleza y el esfuerzo del hombre. La lucha entre la violencia de los terremotos y la resistencia de los edificios.
Desde la calle, desde el aire, desde lejos o desde cerca la volumetría que rodea, envuelve o que forma el monasterio de Santa Catalina, es imponente. Los contrafuertes adosados a los muros, como para resistir el empuje de las bóvedas durante los sismos, hacen más patente la sensación de volumen.
Como todo edificio colonial está edificado en base al sillar, esa piedra blanca que inicialmente fue obtenida de las canteras de la zona del PJ Independencia, en la jurisdicción del actual distrito de Alto de Selva Alegre.
El uso del sillar condicionó y determinó las expresiones formales y espaciales que, con características propias, exhibe la arquitectura arequipeña y que han devenido en ser consideradas Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Las paredes de sillar de gran sección, es decir aquellas que van de uno a dos metros, en realidad son dos paredes: una interior y otra exterior que en el medio están unidas o rellenas de diversos materiales, como retazos de sillar y piedras con la correspondiente argamasa o mortero.
El mortero empleado para el proceso de asentado del sillar, a lo largo del tiempo, ha sido la cal y la arena y, en los últimos años, en vía de experimentación, la puzolana con aditivos químicos.
Los terremotos de 1582, 1600 y 1604 fueron, con el tiempo, quienes permitieron la formación de la ciudadela conventual que desde hace 35 años goza de la admiración del mundo turístico.
Estos sismos, mas la erupción del Huaynaputina que dejó en tinieblas, durante quince días, a la Arequipa del 1600, causaron la ruina de la ciudad y del campo y con ello la seguridad económica que gozaba el monasterio de Santa Catalina de Sena. Estabilidad en base a las garantías que ofrecían los bienes inmuebles y predios para el pago de las dotes impuestas a censo.
La necesidad de reconstruir los ambientes monacales, sin que la comunidad cuente con dinero, originó el surgimiento de las celdas intrusas, es decir aquellas celdas que son levantadas sin responder a una planta de carácter religioso. Estas fueron levantadas por padres, hermanos o parientes de las religiosas consagradas en el monasterio catalino.
La posibilidad de existencia de celdas personales quedó establecida en el acto fundacional del monasterio el 10 de septiembre de 1579. En esa fecha, en las capitulaciones se estableció que Quiteria de Berrío ingresase como monja, construyendo su propia celda.
Por ello, no es extraño encontrar, aunque sea el único documento notarial, la venta de su celda que realizó la monja Ana Segarra a la también monja Ginesa de Mendoza. La celda lindaba por la espalda con los dormitorios comunes del monasterio. El precio pactado por la celda con entradas y salidas, vistas de ventanaje, fue de 50 pesos. Era la época en que un año de alimentación para una novicia demandaba cien pesos.
Documentalmente se tiene comprobado que los traspasos de celdas por venta o por herencia se produjeron hasta 1804, pero incluso entrado el siglo XX se efectuaba el llamado pago de piso, además de la dote monacal.
Poco a poco desde comienzos del siglo XVII se fueron edificando las celdas intrusas, algunas de las cuales tenían varias habitaciones anexas. Así surgieron los ambientes conocidos, desde 1940, como las calles Sevilla, Burgos, Toledo, Granada, Plaza Zocodover, pasaje de Sor Ana y las calles Córdova y Málaga.
Al parecer el ambiente más antiguo que se conserva, con una datación anterior a 1674 es el Coro Bajo anexo al templo. Con el terremoto de 1784 el templo sufrió daños, manteniéndose en pie, al parecer, el Coro Bajo. Este muestra dos etapas de construcción y dos estructuras arquitectónicas diferentes. La primera corresponde al techo estilo mojinete, trapezoidal, que tiene grabada en relieve, la Cruz Trinitaria. Fue precisamente el único obispo trinitario que ha tenido la diócesis, Juan de Almoguera, quien aportó el dinero para esta construcción, antes de 1674 en que viajó a Lima para hacerse cargo del arzobispado. La segunda estructura corresponde a una ampliación posterior y su cubierta es de bóveda.
Paralelamente y gracias al aporte del obispo Juan de Almoguera se construyó parte de los dormitorios comunes a los que muchos años después se le adosaron los arcos que forman parte del Claustro Mayor.
Estando de arzobispo de Lima, entre 1674 y 1676 Juan de Almoguera envió el dinero suficiente para la construcción de la celda de sor Ana de los Ángeles Monteagudo.
Le sigue en antigüedad el ambiente que está ubicado dentro de lo que se conoce como la Cocina Comunitaria.
Allí sobre una de las puertas interiores hay una inscripción que señala que fue construido siendo priora sor Lucía del Espíritu Santo y Zúñiga. Ella fue priora en dos oportunidades. Al parecer fue durante su primer priorato, entre 1681 y 1684, en que se hizo la obra.
Sobre la inscripción, la presencia de un estema o escudo de la priora, conformado por la Cruz de la Orden Dominica, el báculo con una rosa en medio de él y, más abajo lo que podría ser una hostia y un copón, refuerza la idea de que este ambiente, antes de ser convertido en cocina, fue una Capilla.
El Claustro Mayor, es al parecer el más antiguo de los tres. Así lo acreditan la fecha escrita en uno de los cuadros sobre la vida de la Virgen María y, un cierre de bóveda con el altorrelieve del estema de la priora sor Andrea Guadalupe Valencia, cuyo periodo prioral fue entre 1717 y 1722.
Aunque en medio de este claustro existe un añejo árbol de magnolia, no se le ha dado ese nombre, tal como ocurre en otros monasterios.
El segundo claustro más antiguo es el Claustro de los Naranjos. Allí, en el friso opuesto a la Sala De Profundis, está grabado en relieve el monograma de Jesús (JHS). Alrededor de éste se lee la frase: “se izo este año de 1738”, fecha que corresponde al de la conclusión de los trabajos de construcción de este claustro.
Finalmente el Claustro del Noviciado es el más moderno de los tres. Fue construido entre 1805 y 1808, durante el priorato de Sor Clara de San Juan Arismendi.
El uso simultáneo del sillar y del ladrillo para la construcción del arco de crucería comienza a popularizarse a mediados del siglo XVII en Arequipa. Las pilastras del Noviciado son más delgadas y altas (esbeltas) que las de los otros claustros.
Los otros dos claustros presentan gruesos pilares cuadrados, los que soportan las roscas de los arcos de medio punto. Los tres, por el exterior de las arquerías presentan una moldura o imposta sobresaliente, a manera de archivolta o de alero protector del sol.
Como todos los claustros arequipeños, los de Santa Catalina están cubiertos por bóvedas de arista conservando las características de la escuela arquitectónica regional, que algunos llamaron “estilo terremoto”.
Las bóvedas son continuadas sin que se intercalen arcos fajones entre ellas. Además están asentadas sobre dos ménsulas. Una de ellas, añadida como saliente adjunta a la cornisa superior de los pilares en la cara interna y, la otra adosada a los muros perimetrales del pasadizo. Es decir las bóvedas se alzan desde el grosor saliente antepuesto a los muros y, no salen desde los muros mismos como ocurren en otros lugares.

0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home