Dante E. Zegarra López
El jueves 10 de enero de 1686, ya muerta sor
Ana de los Ángeles Monteagudo, otra religiosa, sor Juana de Santo Domingo
Andía, se encontraba muy afligida. Su empleada se encontraba gravemente
enferma.
Ante esa circunstancia, otra religiosa le
propuso, como único remedio para devolver la salud a su empleada, que tocase el
cuerpo de la venerable monja con su rosario.
Sor Juana de Santo Domingo no sólo rozó con su
rosario el cuerpo de Sor Ana de los Ángeles Monteagudo, sino que obtuvo un
pedacito de tela del hábito que tenía al morir.
Luego con la premura de la circunstancia llegó
hasta el lecho de su empleada. Colocó el rosario sobre el cuerpo de la enferma
y con la reliquia del pedacito de tela frotó las rodillas y piernas de la
paciente. La fe tuvo respuesta inmediata. La enferma se levantó al instante,
completamente sana.
Las religiosas catalinas, tratando de
perennizar el rostro de la hoy Beata Ana de los Ángeles, llamaron a un
pintor. Este fue presuroso al convento,
sin importarle los fuertes dolores que sufría desde días anteriores, ni la
hinchazón generalizada de su cuerpo.
El pintor captó las facciones de la venerable
monja y las plasmó en un pequeño lienzo, que se ha convertido en el único
testimonio gráfico que tenemos de ella.
Apenas concluyó con el encargo de pintar el
retrato y, mientras salía por la portería, sanó completamente y, de inmediato
los dolores que le afectaron en los días previos, desaparecieron.
Estos dos hechos prodigiosos, fueron los primeros
que se realizaron después de la muerte de Sor Ana de los Ángeles Monteagudo.
En los prodigios que en vida de la venerable
monja se verificaron, se produjeron a ruego de ella pero por intercesión de san
Nicolás de Tolentino o de las Almas del Purgatorio, cuando no fueron obrados
directamente por Dios.
8 enero 2005

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