La arquitectura del
Centro Histórico
Dante
E. Zegarra López © 2000 - 2003
Bajo
la bóveda azul de un límpido cielo, durante cuatro siglos el hombre tornó su
genio creador a las entrañas de la tierra para, utilizando un lenguaje común,
armonizar y embellecer el majestuoso ambiente natural de Arequipa.
Sobre
solares fundacionales los hombres de estas tierras levantaron templos y
conventos coloniales y erigieron casonas republicanas que, en permanente
reconstrucción desafían al sino destructivo de los terremotos. Con ello asentó
su prosapia y su personalidad.
Sobre
las 166 hectáreas en las que Garcí Manuel de Carbajal trazara el típico damero
español de las 49 manzanas fundacionales, década en década y siglo a siglo,
como un ritual sin fin se construyó y reconstruyó, siguiendo un patrón, un
mismo estilo, propio y seguro.
La
Plaza Mayor donde el fundador plantara Cruz y espada, señalando jurisdicción,
se hizo republicana al fragor de sus arrestos civiles en procura de su sed de
justicia, su saber de leyes y su respeto a las constituciones. En sus portales,
de granito y sillar, simbólicamente se unieron las razas y en su confín la
democracia tuvo su altar.
No
menos republicana y neoclásica en estos siglos quedó convertida la colonial
Catedral, y que ya tachonada de columnas, elevó sus torres para mostrar la cruz
sobre los cimientos que la fe virreinal había asentado.
Si
fray Pedro de Perea hizo que Andrés de Espinoza levantara su sede, José
Sebastián de Goyeneche, encargó a Lucas Poblete la renovara y acrecentara tras
el incendio que consumió sus retablos.
Los
deudos del obispo, cruzando en barcos los mares le adosaron mármoles; los
clérigos reunieron las joyas para darle una Custodia de plata y de oro y una
viuda piadosa, le trajo de allende el mar, un púlpito donde la fe aplasta al
maligno. El pueblo en esta, hoy basílica, recordó durante siglos la fe de 17
santos mártires (Vidal, Pío, Valentín, Justo, Donato, Plácido, Pacífico,
Redento, Leonardo, Fabio, Julio, Marcos, Urbano, Román, Vicente, Honorato y
Margarita)
Bajo
la Cruz, en su campanario tienen su plaza las voces republicanas de bronces que
en la desgracia llaman a plegaria o con repiques a fiesta; que doblan con
tremores al duelo o que llaman arrebato cuando hay que ir por las armas.
Como
formando un imaginario círculo espiritual en torno a la Catedral, a quien no le
dan la espalda como reverenciando su voz, templos, conventos y monasterios
virreinales junto a capillas republicanas se distribuyen en el damero
fundacional de esta ciudad.
Y
llenado los escaques fundadores, solares plenos de casonas y bóvedas, reclaman
en el concierto del orbe ser obra excepcional, original y auténtica.
En
las Cícladas del mar Egeo o más cerca, en Morelia, la capital del estado
mexicano de Michoacán también emplearon como en Arequipa, la piedra volcánica,
el sillar. Sin embargo las características arquitectónicas de esta ciudad son
excepcionales.
La
considerable espesura de sus muros formada por tabiques de doble pared de
albañilería unidas con argamasa de cal y arena, el uso y abuso de contrafuertes
creando volumetrías; el masivo empleo de bóvedas y la decoración planiforme y
textilográfica que resalta con la luminosidad del cielo, creando de una
superficie plana, un volumen aparente, que varía conforme pasasen las horas, la
hace original.
Y
aunque la administración de los espacios, portones y ventanas se pueda advertir
reminiscencias de la arquitectura doméstica extremeña y sevillana y por ende
árabe, su sistema constructivo, el material empleado y la ornamentación
desarrollada la hace a la arquitectura arequipeña original.
Consistente
en tres siglos, fue en el templo de Santo Domingo donde la arquitectura
arequipeña empezó a emplear como recurso formal de su ornamentación, el barroco
plano textilográfico, que ha llegado a nuestros días.
Siendo
los frailes dominicos de los primeros que se instalaron en el valle de
Arequipa, no es extraño verlos reconstruir, ampliar y modificar su templo en
1620, agregándole la capilla de Nuestra Señora del Rosario que ya no existe.
Sin embargo la portada lateral que ha llegado hasta nuestros días fue realizada
entre 1677 y 1680.
Una
alegoría al Juicio Final, presentando a Jesucristo como juez de la humanidad en
medio de un medallón elíptico, rodeado de follaje y racimos de uvas, inscritos
en un sólo cuerpo con arco y pilastras es una destacada muestra del trabajo de
artesanos y alarifes mestizos que levantaron el convento de San Pablo de los
Predicadores.
Templo
y convento fue también fue el de San Nicolás de Tolentino de la Orden de San
Agustín que fundara fray Luis López Solís en agosto de 1574, sobre los terrenos
que le donara el primer escribano de cabildo de Arequipa, don Alonso de Luque.
Del
templo inicial que fuera concluido en 1579 no queda recuerdo. La bella portada
que venciendo el tiempo ha llegado a nuestros días fue ejecutada al promediar
el siglo XVII según lo planificó Juan de Aldana y lo ejecutara Lázaro Mayba.
Un
terremoto, el de San Hipólito, el 13 de agosto de 1868 le cercenó su
frontispicio, sus torres y sus bóvedas. Hoy su frontis, de dos cuerpos,
presenta una entrada en arco de medio punto, con jambas decoradas y en las
enjutas ángeles con faldellines. Tres hornacinas aveneradas como si se tratara
de un retablo, le dan originalidad pues es la única portada, de esa época,
realizada en sillar, con esa característica.
Su
hornacina-ventana es flanqueda por las imágenes de San Agustín de Hipona y San
Nicolás de Tolentino. La presencia del
águila bicéfala coronada, símbolo de los Hansburgos, inscribe la construcción
de esta fachada, antes de 1700, fecha en que empezaron a reinar los borbones.
Su sacristía de forma octogonal está adornada con estrellas y follajería vegetal.
De
su convento se han rescatado los claustros mayor y menor, que son hoy, sede de
la Universidad Nacional del Gran Padre San Agustín. La puerta, que vinculaba
templo y claustros, cegada durante muchos años y hoy abierta, mantiene grabado
el estema episcopal de quien hiciera la obra.
Sobria
y austera resulta la fachada del templo San Francisco cuyo convento fue fundado
en 1552 sobre los solares que donara el rico encomendero Lucas Martínez Vegaso
y cuya edificación dispuso se hiciera fray Alonso Rincón.
La
combinación del sillar y del ladrillo, adquiere una connotación especial en el
templo franciscano que diseñara en 1564 Gaspar Báez para una sola nave y que
luego quedó dentro del claustro. Ese templo inicial sirvió de sepulcro para
muchos vecinos y fundadores.
El
terreno de su actual planta fue producto de la donación de la ciudad, que
permitió se interrumpiese la calle real en 1598. Su fachada quedó terminada en
1664 y se le dio características neoclásicas después de 1866 al variar su
segundo cuerpo.
La
muestra más bella, está en coro que se encuentra sobre la entrada cuyo frontal
se halla exquisitamente tallado con relieves que muestran a la Virgen de la
Inmaculada Concepción, San Francisco y Santo Domingo.
En
los hechos de armas que afectaron la república su austero y severo claustro fue
convertido en cuartel. Su altar muestra ahora un tallado moderno realizado por
encargo de fraile cantor, José de Guadalupe Mojica.
Colindante
al templo franciscano está el de la Tercera Orden, que fue construido entre
1775 y 1777, bajo la dirección de Antonio Lastarria.
Su
portada principal se caracteriza por los contrafuertes que la sostienen y su
ornamentación marcadamente arequipeña.
Columnas
salomónicas sostienen una cornisa que se interrumpe para dar paso a una
ménsula, que parece sostener el tímpano, estilizado, curvo y abierto en cuyo
interior se encuentra la representación de Santa Clara adorando a la Hostia,
mientras que símbolos eucarísticos rodean la figura.
Este
templo, de los seglares de la Tercera Orden Franciscana, durante más de dos
siglos reunió a hombres en su Casa de Ejercicios para meditar en torno a su
existir y su destino.
En
el otro extremo del imaginario círculo que rodea a la Catedral está el templo y
convento de San Juan de Letrán que levantaron los religiosos de la Orden de
Redención de Cautivos de La Merced.
Con
la autorización en la mano, los mercedarios en 1551 empezaron a construir
convento y templo a órdenes de Bernardino de Ávila, sobre terrenos donados por
Francisco Retamoso y Violante de la Torre Padilla y que concluyeron en 1607.
Aunque
su portada principal es llana y de diseño simple, es el interior del templo y
su portada lateral lo más destacado. Corona la puerta lateral una imagen de la
Virgen de las Mercedes flanqueada por dos santos mercedarios: Pedro de Nolasco
y Raymundo de Peñafort, labrada en sillar.
La
nave central con bóveda de cañón con arcos fajones almohadillados y ventanas
con lunetos, tiene como remate el Altar Mayor realizado por Juan de Aldana en
1657 gracias a las erogaciones del Alférez Real Martín de Gareca. Una puerta
mudéjar, hoy cegada, con un arco trilobulado durante décadas abrió paso al
claustro mercedario.
La
imagen de Santa Marta que saliendo del barrio de San Lázaro llegó, como patrona
sorteada y jurada de la ciudad a la capilla de la Cárcel en el portal del
Cabildo, se estableció en medio de la ranchería en un templo que levantó Jorge
Hernández y quedó convertido en parroquia de naturales en 1582. Y lo fue, hasta
que el obispo Goyeneche decidió, en 1835, que no habría más distinciones por
castas ni por razas.
El
templo de Santa Marta, donde se venera al Señor de la Caridad, también patrono
de la Ciudad, fue reconstruido en 1678, como queda inscrito en la clave de la
bóveda de su sacristía. Su portada lateral de mayor antigüedad que la principal, muestra un grabado en
sillar, alegórico a la Eucaristía.
En
el actual barrio de San Lázaro, ocupado, cuando se fundó Arequipa el 15 de
agosto de 1540, por los naturales llactarunas, los Yarabayas, tiene su sede una
capilla levantada frente a la Plaza Calienes. De corte neorenacentista, el
templo fue restaurado en 1855, con motivo de ser considerada como la novena
Viceparroquia de la Catedral.
La
arquitectura religiosa arequipeña, adquiere su más alto nivel y expresión en el
Colegio de la Compañía de Jesús, formado por los claustros y el templo de
Santiago.
Fundado
por decisión de los padres Juan Plaza y José Acosta, el 17 de agosto de 1578,
atendiendo a la manda testamentaria de Diego Hernández Hidalgo, el Colegio fue
cerrado dos meses y medio después por disposición del virrey Francisco Toledo,
y restituido tres años después por orden del rey Felipe II.
Sólo
nueve meses duró el primer templo y convento antes que el violento sismo de
1582 trajera abajo los esfuerzos realizados siguiendo el proyecto de Gaspar
Báez.
Bartolomé
Pérez, Juan Carreño, Alonso Bordón y Juan García del Marmol fueron los primeros
alarifes que trabajaron en la construcción de la Compañía, aunque de su obra no
sabemos que quedó.
El
jesuita hermano Diego Felipe junto a cuatro españoles y cinco indígenas, entre
ellos Bartolomé Martínez y Pedro de Olazarraga, empezaron en 1595 las obras
definitivas del templo que ha llegado a nuestros días, dispuestas por el padre
Juan Beltrán. Dos años demoró el levantar los cimientos y ciento tres años en
dar por concluidos los trabajos.
Juan
Aldana fue el maestro mayor de este templo en 1643, mientras que Simón
Barrientos durante dos años trabajó construyendo dos capillas y la portada
lateral que concluyó en 1654. Ésta, de frontón muy abierto alberga, bajo una
gran venera a Santiago Matamoros.
El
jesuita hermano coadjutor Agustín de Acosta y el cantero criollo Diego de Adrián,
finalmente, concluyeron la portada principal en 1698. En ésta, de dos cuerpos,
el estilo planiforme y textilográfico adquiere su mayor nivel. Los componentes
arquitectónicos reducidos a los imprescindibles delinean y organizan su diseño
sin componentes superfluos.
Dos
pares de columnas a cada lado flanquean la abertura de un arco de medio punto
donde se instala la puerta. Las columnas decoradas en sus dos quintas partes
inferiores por molduras en zigzag, con capiteles corintios sostienen un
entablamento que se interrumpe en la parte central para dar paso a una ménsula.
En el segundo cuerpo, reinterpretando algunos elementos arquitectónicos
presenta una avenerada hornacina-ventana, flanqueada por un par de columnas a
cada lado y, el frontis desconectado del entablamento terminal de la portada,
de forma trilobulada, alberga en el centro una pequeña hornacina destinada para
la imagen de San Miguel, el protector de la Iglesia.
En
el vacío de los elementos arquitectónicos superfluos, la decoración ornamental se
hace presente con querubines cuyo cuerpo termina en hojas, rosetas, además de
uvas, flores de cantuta y pájaros dispuestos en forma heráldica como las
coronadas águilas bicéfalas de los hansburgos. La portada cuajada de simétricos
adornos tiene inscritos las iniciales del salmo de Viernes Santo: Santus
Deus, Santus Fortis, Santus Inmortalis, Miserere Nobis.
Al
pie del campanario, cuyo original quedó concluido en 1662 y del cual ya no
queda recuerdo, se presentan, como dos medallones, un sol radiante y el
monograma de Jesús, que ideara San Bernardino de Siena.
En
el interior, su planta en forma de cruz latina, como otros templos jesuitas se
deriva del célebre Gesú de Roma, aunque de menores proporciones.
Tres
arcos formeros separan las agregadas naves laterales cubiertas por cúpulas de
media naranja. La nave central con su bóveda de cañón iluminada por lunetos
abiertos sobre la cornisa. El crucero cubierto por una cúpula de media naranja
difunde la luz al presbiterio y a los brazos de transepto.
La
sacristía de planta cuadrada cubierta por una cúpula de media naranja, está
exuberantemente decorada con pintura mural, al igual que las paredes que la
sostienen.
El
claustro jesuita formada por nueve arcos de medio punto por cada lado, presenta
pilares cuadrados exuberantemente decorados en sus cuatro lados, fue terminado
de construir en 1738 y coronados por los monogramas de Jesús, María y José así
como por las iniciales del salmo que la liturgia de Viernes Santo.
Santa
Rosa, el último monasterio de monjas, fundado en el virreinato, por disposición
del obispo Juan Bravo de Rivero en 1747, muestra una portada lateral muy
simple, ornada con cuadrifolias, rosetones, piñas, cantutas y ángeles. En su
interior, la riqueza es pictórica.
Igualmente,
de gran riqueza pictórica es el monasterio de monjas carmelitas, conocido como
de Santa Teresa, y que fundó por el doctor Juan Núñez Ladrón de Guevara en
1710. Su portada de estilo neoclásico fue restaurada en 1940. En el interior
del templo poco queda de su fábrica original. A pesar de ello se pueden
apreciar las bóvedas de sillar, el friso que remata los muros laterales con
querubines y hojas acaracoladas.
El
eslabón entre la arquitectura religiosa y civil, a lo largo de cuatro siglos,
sin duda alguna es el monasterio de Santa Catalina. Allí marcando su propia
hora en la historia no sólo se incorporaron viviendas civiles a su heredad,
sino que también se levantaron ambientes antes de 1684, claustros como el Mayor
en 1722, el de los Naranjos en 1738 o el del Noviciado en los albores del siglo
XIX.
La
acumulación de volúmenes en intrincadas callejuelas, de una arquitectura llana,
desprovista de elementos secundarios muestra el permanente enfrentamiento entre
la violencia de los terremotos y la resistencia de los edificios.
La
arquitectura civil sobria y equilibrada, permite el ingreso del espacio urbano
al interior de las casonas a través de portones y zaguanes hasta llegar al
primer y segundo patios, donde acentuando la continuidad formal y espacial del
exterior se presentan fachadas labradas y donde las puertas y ventanas se
encuentran coronadas por frontones en relieves y están flanqueadas por
pilastras. Unas galerías ubicadas, generalmente en el segundo patio, marcan un
espacio abierto y protegido destinado al comedor. Una hornacina o en alguno
casos una pequeña capilla, es otro de los espacios que conforman la
arquitectura doméstica de Arequipa.
Sin
duda alguna dos casonas construidas muy cercanas en el espacio y en el tiempo,
años antes de 1740, son las más representativas de la arquitectura civil o
doméstica de Arequipa. Ellas son las que hoy conocemos como la Casa Tristán del
Pozo y la Casa del Moral.
La
hoy sede del Banco Continental, ubicada a treinta metros de la Plaza de Armas
fue construida entre 1737 y 1738 por el general Domingo Carlos Tristán del Pozo
y mantenida en su heredad durante 40 años antes que la comprara el obispo
Manuel Abad Illana.
Su
fachada es de un alto muro que remata una cornisa escalonada. Un vano dintelado
con pilastras laterales de fustes huecos dentro de los cuales se encuentran
medias columnas y a los lados muestra orlas formadas por jarrones de donde
salen ramificaciones floridas y ondulantes. Un amplio tímpano, casi
rectangular, enmarcado por cornisas que terminan en roleos muestra como
decoración un estilizado candelabro, donde coronan cada uno de los brazos los
monogramas de Joaquín, María, Jesús, José y Ana.
Las
ventanas de las casonas arequipeñas, son la vinculación estructural de la
arquitectura doméstica con la arquitectura religiosa.
El
vano de ellas, pequeño y rectangular se abre sobre una repisa. En la parte
superior como si fuesen el remate de unas pilastras inexistentes, presenta
medios capiteles semicorintios. El primer dintel de superficie lisa permite
apreciar mejor el segundo dintel cuyo entablamento está adornado con
cuadrifolias, monogramas y follejería.
En
su primer patio ventanas y puertas con vanos decorados prolongan la idea de la
fachada.
La
casona conocida como Del Moral, que levantara el coronel Manuel Santos de San
Pedro antes de 1733, después de adquirir la propiedad del convento de La Merced
que la poseía por un censo del capitán Bernardo Cornejo y Calderón, es otra
casona representativa de su época.
Es
precisamente la representación heráldica del linaje de su dueño, el tema
central que exhibe el frontispicio de la portada: El gallo y las llaves
representan a los Santos de San Pedro, el Castillo a los Antequera y, el león a
los Ortiz de Ocampo.
Pasando
la fachada hacia el primer patio a través de un zaguán abovedado, se
distribuyen las habitaciones principales de la casona que muestran y ventanas
con vanos decorados, como réplicas de portadas. Los monogramas religiosos
ocupan los lugares destacados de las bóvedas y de los vanos.
Hoy
propiedad del Banco Santander Central Hispano, la Casa del Moral es un museo de
la vida cotidiana de Arequipa, con muebles y pinturas de la época. Muestra
también en su segundo patio, como la casona Tristán del Pozo, una galería.
A
mediados del siglo XVIII, en 1743 se terminó de construir la portada de la
casona de la Inmaculada Concepción o de Arrozpe, hoy integrante del llamado
Complejo Cultural Chaves de la Rosa de la Universidad de San Agustín, al haber
sido vinculada con otra casona construida en 1832. Sin embargo su historia
viene desde el 1 de setiembre 1599, cuando se fundó el monasterio de Nuestra
Señora de los Remedios y que pocos años después fue trasladado al Cusco donde
recibió el título de Santa Catalina.
En
un frontis, de menor calidad que las de la Casa del Moral y la Tristán del
Pozo, presenta con diferentes grafías el inicio del salmo de Viernes Santo: “Santus
Deus, Santus Fortys, Santus Inmortalis Miserere Novys Amen.”
En
una cartela sobre un zaguán el anónimo artesano dejó escrito: “Esta casa se
yso el año de 1743 por Dyos le pydo al que vibyere en ella un Padre Nuestro.
Amén”.
Muy
cerca de esas fechas, en 1740, Jerónimo Gómez Trigoso adquirió del capitán Juan
de Arango y en 1759 la compró el maestre de campo Domingo de Bustamante y
Benavides. Tanto, Arango, como Gómez Trigoso y Bustamante Benavides realizaron
importantes cambios en la casona. Domingo de Bustamante hizo construir seis
habitaciones en el segundo patio y en el primer patio un pilón rematado con una
antorcha flamígera.
Hoy
esa casa ubicada en la calle de La Merced, a media cuadra de la Plaza Mayor, es
propiedad de la Universidad Católica de Santa María (para su Museo de
Santuarios Andinos y su Consultorio Gratuito de Derecho)
Una
de las casonas mejor documentadas en cuanto a la propiedad desde la fundación
de la ciudad es la conocida como la Casa Goyeneche. Martín de Almazán, uno de
los fundadores de la ciudad hizo construir en 1558, con Bernardino de Ávila una
casa sobre su solar. Era de una planta con patio y dos danzas de arcos. En 1600
su nuevo dueño el regidor Andrés Herrera y Castilla contrató a Gaspar Báez.
Varios de los trabajos realizados por este alarife perduran en la casa, a pesar
de los terremotos y las reconstrucciones. Una de las últimas fue la realizada
en 1837 por Lucas Poblete, cumpliendo un encargo del obispo José Sebastián de
Goyeneche que la heredó de su padre Juan de Goyeneche y Aguerrevarre. Lucas
Poblete le dio columnas a su fachada, amplió el pórtico y zaguán y una segunda
planta.
El
balcón, parece ser a la vez cornisa de la planta baja. En las paredes de la
fachada del segundo piso destaca una moldura con el estema del obispo
Goyeneche.
En
el primer patio destaca una pileta de bronce de forma octogonal y un torreón en
cuyo interior se encuentra una escalera en espiral construida en sillar.
Esta
casona adquirida por el Banco Central de Reserva para la sede de su sucursal en
1970, alberga esculturas y pinturas de singular valor.
La
Casa de Goyeneche, recortada en su terreno inicial, en 1924 posibilitó que una
de las sobrinas del obispo, la Duquesa de Gamio, hiciese construir una capilla,
de estilo gótico, destinada a la Adoración del Santísimo.
Aunque
colonial y realizada en sillar la llamada Casa de la Moneda fue construida en
1794 por Blas de Quirós, sobre un solar que perteneció a mitad del siglo XVIII
a José Gonzáles de la Fuente y Pacheco y después al cura de Callalli, Ignacio
Muñoz y Barriga.
La
sobriedad de la fachada sirve para mostrar un frontón con decoraciones rococó y
un tímpano curvo que se interrumpe en la parte central. Uno de los ambientes
interiores luce el orgulloso lema familiar "Después de Dios, Quirós".
En 1834, esta casona fue empleada para fábrica de monedas.
Muy
cerca de esta, está la Casona de los Pastor, actualmente una de las sedes
administrativas del Gobierno Regional. Ella en 1825 sirvió de alojamiento al
general Guillermo Miller.
Su
fachada de ornamentación muy simple, presenta una ménsula que sirve para
sostener el monograma de Jesús.
La
casona de dos plantas, presenta igualmente dos patios, dos zaguanes e incluso
dos escudos, uno interior, pintado y, otro exterior, grabado en alto relieve,
en sillar.
En
el segundo patio sobre el acceso a un ambiente de arquería, que en el pasado
sirviera de comedor a las familias que habitaron esta casona, se encuentra
grabado un escudo nobiliario. La Casona de los Pastor fue restaurada en 1973,
para ser sede de la Oficina Regional del desaparecido Instituto Nacional de
Planificación.
Como
conjunto urbanístico destaca en el Centro Histórico de Arequipa la calle
Villalba. Estrecha y con pequeñas curvas, muestra casas de una sola planta
siguiendo el estilo arequipeño.
En
esta calle que nace al sur del barrio de San Lázaro, destaca la casa situada en
la esquina de las calles Ugarte y Villalba, que lleva un segundo nivel, con
balcones como ménsulas en graderías que contienen el armazón de fierro o de
madera.
La
muestra arquitectónica de Arequipa se prolonga ampliamente con las casas
levantadas en los solares de la Real Aduana, las Mendiburu, los Meneses, los
Sánchez Trujillo o el Fundo del Fierro
Junto
a estas casonas hay, a lo largo y ancho del damero fundacional, centenares de
casonas casi anónimas que configuran un espacio urbano uniforme e integral, que
muestra un perfil homogéneo en una sucesión de ventanas, portadas y pilastras
que nos permite, con voz de poeta decir:
Casona,
casona
de esta tierra
fortín
de intimidad
de
sobria y recia blancura;
fachadas
con timbre de orgullo;
patios
de muros solemnes;
zaguanes,
antesalas
que
pregonan en olores
su
labriega vocación.
Casonas
con
bóvedas
de clave segura,
enhiestas
columnas
que
al tremor de sus entrañas
claman
al cielo:
¡Misericordia
señor!
Arcos
del diario llantar
y
que esconden
refugios
para orar.
En
la fragua gigante
de
sus volcanes
templados
al tiempo
se
crearon sus albos vestidos.
Con
retazos del tiempo,
de
muros en ruinas
de
sol y de viento,
se
recrea tu faz.
(Arequipa,
11 agosto 2003)

0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home