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Dante E. Zegarra López, Periodista, Arequipa (Perú)

viernes, febrero 02, 2018

Mañana se recuerda 319 años de la muerte de la Beata Ana


Mañana se recuerda 319 años de la muerte de la Beata Ana

Dante E. Zegarra López

Mañana lunes 10 de enero se recuerda el 319º aniversario de la muerte de la Beata Ana de los Ángeles Monteagudo. Ella, la mujer arequipeña más importante de la historia, está en proceso de alcanzar los altares de la Iglesia Universal. Y en 23 días más, el 2 de febrero, se recordará el vigésimo aniversario de su beatificación por el papa Juan Pablo II.
Sor Ana de los Ángeles Monteagudo, nació en Arequipa, en el hogar que formaron el español de Villanueva de la Xara, Sebastián de Monteagudo y la criolla arequipeña Francisca de León. Un hogar que tuvo ocho hijos, dos de ellos varones y seis mujeres. Uno de los varones, Sebastián murió siendo niño y el otro, Francisco, fue presbítero.
Por el lado paterno, la venerable monja catalina estuvo emparentada con Santo Tomás de Villanueva y por el lado materno, su abuelo fue el excorregidor de Arequipa, Juan Ruiz de León.
Con exactitud no se conoce la edad que tuvo al fallecer. El hecho de no contar con la Fe de Bautismo, ha contribuido a señalar arbitrariamente su edad. Un incendio en la sacristía de la Iglesia Mayor, alrededor de 1620 destruyó ese documento. En todo caso, hasta el momento, sólo se ha encontrado un documento que brinda alguna luz sobre el año de su nacimiento.
Ese documento fue levantado durante una Visita Secreta al monasterio de Santa Catalina, para averiguar sobre el comportamiento de las religiosas en el interior de éste. El visitador, Bachiller Juan de Galdo Arellano fue acompañado por el notario eclesiástico Hernando de Medina.
Ante ellos, el 9 de octubre de 1642, ella afirmaba bajo juramento que “es de edad de treinta y seis años”. Una simple operación matemática nos indica que sor Ana nació en 1606, según este único documento. Aceptando esta fecha de nacimiento, su muerte se produjo poco antes de cumplir los ochenta años.
Los diez últimos años de su vida los pasó ciega, padeciendo múltiples enfermedades que la postraron en cama. A pesar de ello, ella mantuvo viva su fe, esperanza y caridad, virtudes que practicó en grado heroico.
Su devoción por las Almas del Purgatorio, imitando a su santo predilecto, San Nicolás de Tolentino, le permitió conocer con antelación hechos que en su naturaleza no podían ser de su conocimiento, sino fuera por el auxilio sobrenatural.
Hay testimonios de testigos que declararon en el proceso de beatificación, iniciado seis meses después de su muerte, que la Beata Ana de los Ángeles, tuvo el don de la bilocación, es decir hallarse en dos lugares distintos a la vez. Ella como monja de clausura, desde que profesó nunca salió de su claustro. Sin embargo existen testimonios de gente que la vio en las punas del sur del país.
Sor Juana de Santo Domingo, testificó en su oportunidad haber conocido directamente que Pedro Indio había perdido sus ovejas. Estando en Arequipa, hablando con sor Ana le dijo donde encontraría al rebaño. Pasados varios años, estando en el campo, Domingo, otro indígena, le refirió a su amigo Pedro que se había perdido su hato y que por ello estaba muy angustiado.
Pedro, pensando en sor Ana, aunque no se acordaba de su nombre le dio a su amigo Domingo: “Llama a una monja santa de Arequipa que ella te ayudará”. Sin más información Domingo, atravesando el campo invocó a la monja santa de Arequipa, pidiéndole ayuda para la solución de su problema.
Más tardó en formular su invocación que encontrar a sus espaldas a una religiosa que le dijo: “Ven acá hijo. Aquí tengo reunida a tu grey. No falta ninguna” Domingo, asombrado y admirado de tener todo su hato junto, se detuvo un instante. Cuando volteó para agradecer a la monja, ésta no estaba. Había desaparecido, tal como se presentó, si el menor ruido. Pasado cierto tiempo, Domingo tuvo la oportunidad de llegar hasta Arequipa y contar el suceso extraordinario que él vivió.  Por ello, deseoso de agradecer personalmente a la monja que le ayudó en el momento difícil llegó hasta el monasterio de Santa Catalina. Allí relató los acontecimientos.
Al no conocer el nombre de la monja, la priora dispuso que las religiosas, en grupo pasaran ante Domingo. Él descartó una a una hasta que a lo lejos divisó a sor Ana de los Ángeles, que venía retrazada. Domingo se puso a gritar: “Ésta es. Esta es. La reconozco porque tiene la misma cara”
8 enero 2005