Dante E. Zegarra López
Mañana lunes 10 de enero se recuerda el 319º
aniversario de la muerte de la Beata Ana de los Ángeles Monteagudo. Ella, la
mujer arequipeña más importante de la historia, está en proceso de alcanzar los
altares de la Iglesia Universal. Y en 23 días más, el 2 de febrero, se
recordará el vigésimo aniversario de su beatificación por el papa Juan Pablo
II.
Sor Ana de los Ángeles Monteagudo, nació en
Arequipa, en el hogar que formaron el español de Villanueva de la Xara, Sebastián
de Monteagudo y la criolla arequipeña Francisca de León. Un hogar que tuvo ocho
hijos, dos de ellos varones y seis mujeres. Uno de los varones, Sebastián murió
siendo niño y el otro, Francisco, fue presbítero.
Por el lado paterno, la venerable monja
catalina estuvo emparentada con Santo Tomás de Villanueva y por el lado
materno, su abuelo fue el excorregidor de Arequipa, Juan Ruiz de León.
Con exactitud no se conoce la edad que tuvo al
fallecer. El hecho de no contar con la Fe de Bautismo, ha contribuido a señalar
arbitrariamente su edad. Un incendio en la sacristía de la Iglesia Mayor,
alrededor de 1620 destruyó ese documento. En todo caso, hasta el momento, sólo
se ha encontrado un documento que brinda alguna luz sobre el año de su
nacimiento.
Ese documento fue levantado durante una Visita
Secreta al monasterio de Santa Catalina, para averiguar sobre el comportamiento
de las religiosas en el interior de éste. El visitador, Bachiller Juan de Galdo
Arellano fue acompañado por el notario eclesiástico Hernando de Medina.
Ante ellos, el 9 de octubre de 1642, ella
afirmaba bajo juramento que “es de edad de treinta y seis años”. Una simple
operación matemática nos indica que sor Ana nació en 1606, según este único documento.
Aceptando esta fecha de nacimiento, su muerte se produjo poco antes de cumplir
los ochenta años.
Los diez últimos años de su vida los pasó
ciega, padeciendo múltiples enfermedades que la postraron en cama. A pesar de
ello, ella mantuvo viva su fe, esperanza y caridad, virtudes que practicó en
grado heroico.
Su devoción por las Almas del Purgatorio,
imitando a su santo predilecto, San Nicolás de Tolentino, le permitió conocer
con antelación hechos que en su naturaleza no podían ser de su conocimiento,
sino fuera por el auxilio sobrenatural.
Hay testimonios de testigos que declararon en
el proceso de beatificación, iniciado seis meses después de su muerte, que la
Beata Ana de los Ángeles, tuvo el don de la bilocación, es decir hallarse en dos
lugares distintos a la vez. Ella como monja de clausura,
desde que profesó nunca salió de su claustro. Sin embargo existen testimonios
de gente que la vio en las punas del sur del país.
Sor Juana de Santo Domingo, testificó en su oportunidad
haber conocido directamente que Pedro Indio había perdido sus ovejas. Estando
en Arequipa, hablando con sor Ana le dijo donde encontraría al rebaño. Pasados
varios años, estando en el campo, Domingo, otro indígena, le refirió a su amigo
Pedro que se había perdido su hato y que por ello estaba muy angustiado.
Pedro, pensando en sor Ana, aunque no se acordaba de su
nombre le dio a su amigo Domingo: “Llama a una monja santa de Arequipa que ella
te ayudará”. Sin más información Domingo, atravesando el campo invocó a la
monja santa de Arequipa, pidiéndole ayuda para la solución de su problema.
Más tardó en formular su invocación que encontrar a sus
espaldas a una religiosa que le dijo: “Ven acá hijo. Aquí tengo reunida a tu
grey. No falta ninguna” Domingo, asombrado y admirado de tener todo su hato
junto, se detuvo un instante. Cuando volteó para agradecer a la monja, ésta no
estaba. Había desaparecido, tal como se presentó, si el menor ruido. Pasado
cierto tiempo, Domingo tuvo la oportunidad de llegar hasta Arequipa y contar el
suceso extraordinario que él vivió. Por
ello, deseoso de agradecer personalmente a la monja que le ayudó en el momento
difícil llegó hasta el monasterio de Santa Catalina. Allí relató los
acontecimientos.
Al no conocer el nombre de la monja, la priora dispuso que
las religiosas, en grupo pasaran ante Domingo. Él descartó una a una hasta que
a lo lejos divisó a sor Ana de los Ángeles, que venía retrazada. Domingo se puso
a gritar: “Ésta es. Esta es. La reconozco porque tiene la misma cara”
8 enero 2005

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