Dante E. Zegarra López
Poco antes de las siete de la mañana del 10 de
enero de 1686, murió sor Ana los Ángeles Monteagudo.
Sentada, apoyada al espaldar de su cama, igual
como cuando estaba viva, se la encontró con el rosario entre sus manos. Se la
encontró en la misma forma que cuando rezaba por las Almas del Purgatorio.
Era la hora en que sus hermanas, las
religiosas del monasterio de Santa Catalina, se encontraban en el Coro del
Templo participando de la celebración Eucarística. Ellas se dieron cuenta de su
tránsito cuando el sacerdote le llevó la Comunión.
Su muerte, a pesar del anuncio que ella había
hecho, fue sorpresiva por lo repentina. Este hecho impidió que le administrasen
los auxilios de la religión como es la administración de los sacramentos de la
Penitencia, Comunión y Extremaunción.
Conociendo con antelación los hechos que
rodearían a su muerte, se preparó para el momento comulgando y orando
intensamente desde antes de Navidad.
Por esos días sor Francisca de La O, se
convirtió en testigo de un hecho sorprendente. Ella acompañó al sacerdote que
celebró la Misa en la celda de Sor Ana. Al momento de la comunión, la testigo,
se arrodilló junto a la cama de la venerable monja. En el momento en que Sor
Ana de los Ángeles recibió la sagrada forma, ella vio que del interior de la
cama, salía una luz muy clara, con mucho resplandor.
Entonces, como para confirmar lo que ella vio,
preguntó a los presentes, si había por allí algún espejo, recibiendo como
respuesta un rotundo no. No contenta con la respuesta examinó cuidadosamente
toda la celda, incluido la cama de la venerable monja y, a todas y cada una de
las personas presentes, sin resultado alguno.
Murió sola. Ella lo predijo en varias oportunidades.
Incluso, no tuvo la compañía de la imagen de su santo preferido: San Nicolás de
Tolentino.
En efecto, tal como recordó Sor Marina de la
Concepción en su testimonio jurado, la imagen de san Nicolás de Tolentino, fue
llevada, días antes, a la casa del capellán del monasterio, Marcos de Molina.
El estado de salud del joven capellán era muy grave.
Esa fue la razón por la que sor Ana de los Ángeles dispuso que la imagen fuera
llevada a la casa del mencionado capellán. La preocupación de la venerable monja
fue tal que, según el testimonio de sor María de los Remedios Retamoso, que la llevó a pedir a Dios, en alta voz, que
la sentencia de muerte que rondaba al sacerdote Marcos de Molina, se la pasara
a ella. El capellán recobró la salud y sor Ana de los Ángeles murió.

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