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Dante E. Zegarra López, Periodista, Arequipa (Perú)

viernes, febrero 02, 2018

La angustia anual


La angustia anual 1996

Dante E. Zegarra López
Desde los últimos días de noviembre de todos los años, quienes vivimos en Arequipa, comenzamos a sufrir nuestra angustia anual. Y esta no deja de violentar nuestra ecuanimidad, hasta fines de marzo, en que casi siempre dejamos de acordarnos del agua, salvo, claro está, cuando la inefable Sedapar nos amenaza con cortar el servicio por mantenimiento de algún canal madre.
Los agricultores, los periodistas y otros tantos interesados en el almacenamiento del agua, comenzamos a hablar, mejor dicho a especular si el verano será de lluvias o de sequía.
En épocas pasadas, si hasta el 25 de diciembre de cada año no comenzaban las lluvias, era señal inequívoca que la temporada sería seca. En estos tiempos, con tanto cambios, las lluvias también han comenzado a establecer sus propios parámetros, que para el profano en meteorología, lo descuadran en sus augurios.
Lo cierto es que desde fines de noviembre hasta los últimos días de marzo, la mayor parte de la población, sea por interés propio, por estar afectado directamente o por las informaciones que brindan los medios de comunicación nos las pasamos entre temporadas de lluvias y de sequía; entre rogativas y plegarias para que llueva o deje de llover.
Lo cierto es que como la mayor parte de los seres vivientes, los habitantes de Arequipa vivimos dependiendo del agua.
Para solucionar nuestras angustias, en la década del 60 y en los años sucesivos, los gobernantes de turno realizaron las inversiones públicas necesarias para construir algunas presas que permitieran el almacenamiento del agua que necesitamos para beber, para cultivar y para generar energía, además de otros menesteres industriales.
Claro está que nuestras represas, no dejan de ser más allá de un dedal frente a las represas que hay repartidas en el mundo. Esta situación es la que agrava nuestro estado de angustia en la época de verano.
Si no logramos captar la suficiente agua, comenzamos a pensar en toda clase de restricciones y carencias.
Pero si la temporada de lluvias es abundante, también nos quejaremos, no sólo por los daños que sufrirán nuestra propiedades, sino porque estaremos entregando al mar, el agua que no podemos detener.
Varias décadas hablando sobre el tema, deben haber generado, de seguro, un sinnúmero de estudios para la construcción de nuevas presas o por lo menos de algunos vasos reguladores que eviten que el agua llegue al mar antes que los hombres la hayamos aprovechado. Lo que no significa que el Estado se anime a la construcción de tales reservorios.
Como sabemos, ahora el Estado, muy liberal por cierto, está reacio a la ejecución de obras públicas, por lo menos en algunos sectores. Eso quiere decir, en buen romance, que o tomamos el ejemplo de la Universidad Nacional de San Agustín, de olvidarse de papá Estado, o pasarán muchos años lamentándonos que las aguas pluviales, como este año se pierdan en el mar, luego, obviamente de habernos destrozado la ciudad.
Bueno, creo que es tiempo que, por ejemplo Sedapar, la empresa eléctrica que mueve sus turbinas con agua de la cuenca del Chili y los agricultores, se reúnan para discutir cómo financiarían alguna de las presas que requerimos. Y que luego de discutir, pongan en marcha la ejecución de las obras.