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Dante E. Zegarra López, Periodista, Arequipa (Perú)

sábado, febrero 03, 2018

Las Estaciones o Vía Crucis


Las Estaciones o Vía Crucis

Dante E. Zegarra López
Las Estaciones del Vía Crucis, son para el cristiano, para el seguidor de Cristo, un momento de meditación y de confrontación de su  actuar personal o comunitario con los momentos de la Pasión del Señor Jesús.

Primera Estación: “Jesús condenado a muerte”
Jesús traicionado por un discípulo, es llevado de Anás a Caifás. Es la humillación de la infamia. Ambos desean la muerte de Jesús, pero ninguno de ellos puede condenarlo. Sólo la autoridad romana puede aplicar la pena de muerte. Por eso lo llevan ante Poncio Pilato. Este descubre que Jesús es inocente, pero teme complicarse la vida.
¿Cuántas veces en  mi vida familiar, en mi vida laboral o en mi comportamiento comunitario actúo como Pilato? ¿Cuántas veces me lavo las manos para  no involucrarrne?.
Señor Jesús, somos muchos los Pilato en este mundo. ¡Ayúdame a tener la valentía de la responsabilidad!

Segunda Estación: “Jesús cargado con  la Cruz”
La sentencia ha sido pronunciada. Y ahora Jesús es cargado con la Cruz. Esa cruz de iniquidad aunque esté hecha de madera, tiene el peso de la vida de los hombres, de la hipocresía, de todos los pecados de la humanidad. En esa cruz, también está mi vida, mis pecados y especialmente aquellos que nadie conoce.
¿Cuántas veces con mi silencio cómplice, añado peso a esa Cruz? ¿Cuántas veces con mi acción o mi omisión permito se entronice la hipocresía del mundo?
Señor Jesús, soy débil ante el mundo. ¡Fortifica mi espíritu!

Tercera Estación: “Jesús cae  por primera vez  bajo la cruz”
El peso de la infidelidad, de la injusticia, de la mentira, de la indiferencia, representado por ese madero ha doblegado las fuerzas del Maestro.
¿Cuánto peso he añadido a esa cruz? Añado peso a esa cruz, cuando en mi vida familiar adopto un “prudente silencio” permitiendo el error. Aumento peso a ese madero cuando no reconozco lo bueno que mi esposa o mi hijo hacen. Agrego peso a la cruz, cuando en mi hogar no reconozco mis errores o los justifico.
Señor Jesús perdón por aumentar el peso de tu Cruz. ¡Dame fuerza para ser en mi hogar imagen de nuestro Padre!

Cuarta Estación: “Jesús se encuentra con su madre”
En el camino al Gólgota está María. ¿Qué madre está lejos del hijo cuando éste sufre? Sabía que una espada le atravesaría el corazón. Y a pesar de ello, María dijo: “Hágase en mi según tu palabra”. Ahora lo ve cargado con una cruz camino a la muerte. Le mira a los ojos y en silencio sigue diciendo “Hágase en mi según tu palabra”.
María, ¡Madre mía! soy yo quien, incapaz de decir “Hágase en mi según tu voluntad”, he construido con mi vida de pecado, esa cruz que tu hijo carga. ¡María, Madre mía!, enséñame a decir que si, a una vida de entrega a tu hijo al hacerlo con mi familia, con mi trabajo y con mi comunidad.

Quinta Estación: “El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la Cruz”
Simón de Cirene ha llegado del campo. Está en medio del gentío. Ellos, los demás, son los espectadores que ven a Jesús arrastrar la cruz.
¿Qué difícil es involucrarse en la vida, verdad? Me es más fácil ser mudo espectador cuando veo la injusticia, la prepotencia, el abuso, el descontrol. Me es más fácil dirigir la mirada a otro lado cuando me piden ayuda, cuando debo salir al frente.
Señor Jesús, dame valor para no ser timorato; dame valor para brindarte mis hombros como el Cireneo.

Sexta Estación: “La Verónica enjuga el rostro de Jesús”
A lo largo de la Vía Dolorosa hay una multitud de curiosos. De espectadores. Muchos de ellos fueron de los que días antes los recibieron entre alfombras y palmas aclamándolo con el ¡Hosanna!. Ahora se limitan a verlo pasar, cuando no lo insultan. Una mujer, rompiendo el cerco de la cobardía y la vulgaridad, se acerca para enjugarle el rostro bañado en sangre.
¡Cuánto respeto humano llena mi cobardía! ¡Cuántas veces me escondí entre la multitud, por el temor al que dirán! ¡Cuánto miedo tengo a la multitud cuando se trata de defender mis principios!
Señor Jesús, perdóname por no dar testimoneo de ti. Por negarte ante los hombres con mi cobardía.

Sétima Estación: “Jesús cae por segunda vez bajo la cruz”
El cuerpo de Jesús se debilita a cada paso que da. La flagelación, la coronación de espinas, el maltrato de la hez, mas el peso de la cruz hacen flaquear las pocas fuerzas que tiene y cae. Cae por segunda vez, pero se levanta.
En cambio yo, ¿Cuántas veces caigo? ¿Cuánto tiempo permanezco de rodillas? Estoy de rodillas ante mis flaquezas, especialmente cuando en mi trabajo no rindo que lo puedo rendir, pensando sólo en la paga. Estoy de rodillas ante mi cobardía cuando me uno al coro de la mediocridad de los demás.
Señor, dame fuerzas y valor para levantarme.

Octava Estación: “Las piadosas mujeres consuelan a Jesús”
Mientras Jesús avanza desfigurado por el dolor unas mujeres lloran y lamentan este calvario. Las mira y les dice: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mi sino por vosotras y vuestros hijos, porque llegarán días en que serán dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y lo pechos que no amamantaron”.
Muchas veces me he quedado en el sentimentalismo del dolor y no he cambiado. Como espectador he visto la injusticia, el abuso, la traición y, sólo me he lamentado.
Tus palabras a las mujeres de Jerusalén, Señor Jesús, son para mi. ¡Ayúdame a no quedarme en la sensiblería! ¡Ayúdame a decidirme por la acción a tu lado!

Novena Estación: “Jesús cae por tercera vez bajo la cruz”
La fatiga, el agotamiento, el cansancio y el dolor abate el cuerpo del Maestro. Es su tercer caída, pero la última. Se levanta para no caer más.
Personalmente le añadí peso a esa cruz cuando escurrí el bulto para no asumir un compromiso. Le aumenté peso a esa cruz, cuando dejé pasar el error que advertí. Le elevé de peso a esa cruz cuando no quise reconocer tu rostro en el de otros hombres. Le agregué peso a ese madero cuando pretendí no mirar la maldad aduciendo una falsa caridad. Ahí están mis caídas.
Señor Jesús, dame tu mano. ¡Ayúdame a levantarme!

Décima Estación: “Jesús despojado de sus vestiduras”
Ha llegado al Gólgota. En medio de la cohorte romana, lo despojan de lo único que ya le queda. Lo despojan de sus ropas. Los que lo acusaron, los que lo condenaron, los que callaron, todos le quitaron algo al Maestro.
Ahora mismo, ¡Cuánto de tu vestido te quito, con mi egoísmo; con mis miedos y apegos a todo aquello que me impide ser libre!
Señor Jesús, me cuesta cambiar y romper con mis apegos. Como soy incapaz de romper con mis ataduras, romperlas Tú.

Undécima Estación: “Jesús clavado en la cruz”
Echado sobre el madero, Jesús es clavado en la cruz. La infamia de una muerte de cruz se completa. El desgarro de sus carnes se produce a golpe de clavo y martillo. Pero el dolor no proviene del cuerpo. Son las infamias del mundo. Son mis infamias las que laceran sus manos y sus pies.  Mi orgullo, mi indiferencia, mis odios, mi incapacidad para el olvido y el perdón, son los clavos que más daño te hacen Maestro.
Señor Jesús, dame la capacidad del perdón y del olvido.

Duodécima Estación: “Jesús muere en la cruz”
“Todo está consumado”. La iniquidad del mundo cree haber vencido. Nada de esto hubiese pasado si el Padre hubiese apartado el trago amargo del cáliz. Pero en el plan divino era necesaria su muerte, su entrega total, pues nadie ama más al amigo que el que da la vida por él.
Todo termina en la cruz. Todo empieza en ella. Expiados los pecados con el sacrificio de Jesús, allí debe empezar mi nueva vida. Una nueva vida que imite su vida.
Señor Jesús, ayúdame en mi renacer espiritual.

Decimotercer Estación: “Jesús bajado de la cruz”
Como María, Jesús hizo la voluntad de su Padre. Y por eso está allí inerte, yaciente. Pudo huir del dolor y no lo hizo. Su misión era redentora y por ello entregó su vida. Ahora bajado en brazos de los hombres,  queda rodeado por los brazos de su madre.
María, madre mía, acompáñame en el diario caminar como lo hiciste con tu hijo nuestro Señor Jesús.

Decimocuarta Estación: “Jesús es sepultado”
No todo queda en la cruz. Es necesario que se cumplan las escrituras. Es necesario que se cumpla su palabra. Es necesario que reedifique en tres días el templo de su cuerpo. El sepulcro es el silencio. Un silencio de tres días necesario para su resurrección gloriosa. Y esta vez vivirá por siempre entre nosotros.
Señor Jesús, permíteme descubrir tu rostro en cada rostro de tus hijos.