Dante E. Zegarra López
AREQUIPA AL DIA
Para sesenta arequipeños y sus
respectivas familias, 1998 representa desde ya, un año de angustia pero,
también de esperanza.
Ellos, los 60, son pacientes
renales terminales. Es decir que son pacientes que cifran sus esperanzas de
vida en un transplante de riñón. Esa es la única posibilidad que tienen para
salir del suplicio que ahora es su existencia, porque la medicina, con todos
sus adelantos tecnológicos, ha llegado al límite de sus posibilidades. La
medicina hace todo lo posible -hasta ahora- por mantener, por conservar su
existencia, aunque con una calidad de vida muy disminuida.
Si las expectativas de los
especialistas del Hospital Nacional del Sur del Instituto Peruano de Seguridad
Social se hacen realidad, treinta de ellos, es decir, la mitad de los pacientes
renales terminales, podrán ser sometidos a un transplante de riñón en este año.
Edgar Benavente del Carpio, un
profesor de 48 años, es uno de esos arequipeños que tienen su esperanza puesta
en que se presente la oportunidad para hacer posible el transplante de riñón.
Desde agosto del año que acaba
de pasar, Benavente del Carpio es uno de los 60 pacientes renales terminales
que esperan un transplante y mantienen su vida dependiendo de una máquina que
les purifique la sangre, porque sus riñones dejaron de funcionar.
Era sometido a un intenso
tratamiento con Prednisona para reducir la hinchazón de sus tobillos que
supuestamente era causada por un reumatismo, cuando la ciencia médica declaró a
Edgar Benavente como “paciente terminal”.
Desde hace casi cinco meses, su
vida y la de su familia ha sido trastornada. Ahora depende de una máquina, de
la que no pude alejarse mucho y a la que debe brindarle no menos de 18 horas
semanales, repartidas en tres días, si es que quiere vivir.
Dependiente y sin libertad de
movimiento total, ha cambiado de régimen alimenticio. Su familia tiene que
prepararle alimentos casi deshidratados, pues ingerir agua le supone un
peligro. Incluso comer papas, supone una elaboración especial y el saborear un
plátano le está vedado, porque es una fruta rica en potasio.
Tres veces a la semana, durante
seis horas en cada oportunidad, “se conecta” a la máquina de hemodiálisis. Una
arteria y una vena de su brazo unida mediante un catéter del que sale e ingresa
una aguja hacia y desde la máquina, forman el circuito para el “lavado” de su
sangre.
En realidad se trata de un
filtrado, mejor dicho, cientos de filtrados de sus cinco litros de sangre. En
ese proceso la sangre va siendo liberada del potasio, sodio, nitrógeno, urea, ácido úrico que
acumulados son toxinas para el cuerpo.
Aunque ahora con el denominado
tratamiento Dipac, los pacientes con insuficiencia renal crónica logran mayor
autonomía, pues no tienen que permanecer ligados a una máquina para el filtrado
de su sangre, el transplante de riñón sigue siendo la solución final para sus
padecimientos.
Desde el punto de vista de
calidad de vida para el paciente y desde el punto de vista económico el
transplante de riñón supone una solución para los pacientes terminales.
Los pacientes recuperan su
libertad de acción y la normalidad de sus actividades se hace palpable conforme
avanza el tiempo. Desde el aspecto económico, la inversión que supone un
transplante de riñón (unos once mil dólares) es pequeña comparada con el gasto
que se tiene que efectuar para la hemodiálisis, en la que se invierte cerca de
600 dólares mensuales.
Aunque no hay un estudio sobre
la expectativa de vida que tienen los
pacientes terminales por insuficiencia renal, existen casos de personas que
continúan sometidas al proceso de hemodiálisis más de 17 años. La inversión de un transplante se puede
cubrir con el gasto de 19 meses (menos de dos años) de hemodiálisis.
Pero practicar un transplante
renal, no es lo mismo que implantar una prótesis dental.
Se requiere de un equipo médico
especializado, el cual felizmente se cuenta en el Hospital Nacional Sur del
IPSS, tal como ocurre con los hospitales nacionales de esa institución que
funcionan en Lima y en Chiclayo.
También se necesita un órgano
sano para ser implantado en el paciente terminal. Estos órganos hasta ahora, en
el 55,5 por ciento han sido obtenidos de donantes cadavéricos y los restantes
44,5% han sido proporcionados por donantes vivos, relacionados o no
relacionados con los pacientes. Desde 1993, año en que comenzaron los
transplantes renales en Arequipa se han efectuado 72.
A pesar de existir el órgano
sano, debe haber una compatibilidad de los tejidos entre el donante y el
receptor, pues de otra forma se produciría un rechazo. Desde el año que acaba
de pasar, el Hospital Nacional del Sur cuenta con un Laboratorio de
Histocompatibilidad que permite determinar con gran rapidez si los tejidos del
donante y el receptor son compatibles o no. Antes los exámenes se efectuaban
únicamente en Lima.
La intercomunicación a través
del correo electrónico entre los hospitales nacionales permiten que los órganos
donados puedan ser aprovechados por pacientes de todo el país. Así hasta ahora,
tres pacientes renales y uno cardiaco se han beneficiado con sendos
transplantes con órganos pertenecientes a donantes arequipeños.
La espera por un transplante a
veces se convierte en una prolongada angustia para los pacientes renales
terminales, que son los únicos que pueden ser intervenidos en Arequipa, cuando
reciben la llamada del Hospital que les comunican que hay un donante.
Los pacientes alertados son
sometidos varias veces a los exámenes de histocompatibilidad, antes de recibir
el ansiado riñón.
Es el caso de Mauricio Zevallos
Delgado, un joven de 16 años, que el pasado 10 de diciembre se benefició con un
transplante. Fue a la cuarta “campaña” en que se pudo efectuar el transplante.
En las tres anteriores oportunidades los tejidos del donante no eran
compatibles con los suyos.
Para Mauricio Zevallos, que tuvo
que interrumpir sus estudios en tercero de secundaria, a consecuencia de la
insuficiencia renal crónica que lo ligó a una máquina de hemodiálisis, 1998 será
un año de renovada esperanza. Retornará a su colegio y se librará de la
dependencia que tenía tres veces por semana de la máquina.
Para otros pacientes como Christian Bustinza Carazas, Sonia Cerpa
Arenas o Carlos Romero Velásquez este nuevo año será de espera. De espera de un
riñón que les puede cambiar la vida que llevan.

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