viernes, 29 de noviembre de 2013
- - Un filósofo recibió un rosario de las manos del
Santo Padre, un sacerdote jesuita estuvo a cargo del traslado en helicóptero de
la Virgen de Chapi y un periodista firmó miles de invitaciones a mano para
resguardar la seguridad en el campo papal.
La
noche previa a la llegada del papa Juan Pablo II a Arequipa, Manuel Zevallos
Vera no podía dormir. El nerviosismo que le producía tener que estar cerca al
santo padre la mañana siguiente no dejaba tranquilo a este filósofo y educador
arequipeño. En ese entonces, Zevallos Vera era el rector de la
Universidad Nacional de San Agustín (Unsa), en cuyo campus se erigió el campo
papal esa mañana del 2 de febrero de 1985. Ahí, en esos descampados terrenos
ubicados al lado de la avenida Venezuela, Juan Pablo II beatificó a Sor Ana de
los Ángeles y coronó a la milagrosa Virgen de Chapi frente a casi 300 mil
asistentes.
La
comisión organizadora de la llegada del papa, presidida por el arzobispo de
Arequipa, Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio, eligió esos terrenos en donde hoy
se encuentra el área de sociales de la Unsa, debido a que tenían la amplitud
necesaria para recibir a esa enorme cantidad de público. Como una deferencia
por permitirles utilizar ese espacio, los organizadores invitaron a
Zevallos Vera a ser uno de los 10 comisionados que subirían al estrado para
entregarle una ofrenda a su Santidad.
Por
esas fechas, el filósofo era también el presidente de la Asamblea Nacional de
Rectores (ANR), así que decidió que le entregaría un mensaje a nombre de la
universidad peruana para llamar a la reflexión en una época en que el Perú y
otros países del mundo se sumían en medio de la violencia.
Cuando
llegó el momento de subir al estrado, Zevallos Vera fue acompañado por su
vicerrector, Alejandro Málaga Medina y la rectora de la Unife, Luz María
Álvarez Calderón. Se acercó al papa, le entregó un tubo que contenía un bello
pergamino y le dijo: “Amadísimo maestro, a nombre de la universidad peruana le
entrego este mensaje de amor y justicia por la humanidad y los pobres del mundo”.
El Papa recibió la ofrenda agradecido y mientras le entregaba un rosario, le
dijo: “Manuel, he hecho una bendición para ti y tu familia. Te doy este
recuerdo para que reces con ellos”.
Aunque
la emoción desbordaba el cuerpo del filósofo en esos momentos, solo optó por
hacerle una venia y besarle la mano a Karol Wojtyla. Hoy Manuel Zevallos Vera,
quien a sus 94 años sigue laborando en una universidad privada en Lima, todavía
conserva ese obsequio del Papa. Hace poco rezó con él cuando su esposa
Celinda cumplió los 90 años. “También en la misa por nuestros 65 años de
casados usamos el rosario”, dice. Cuando cumpla 100 años, Manuel espera que
pueda rezar con el santo rosario en la mano.
IDA
Y VUELTA EN HELICÓPTERO
A
las siete de la mañana del día en que el Papa visitó Arequipa, el padre jesuita
Jorge Beneito Mora ya se encontraba en el Ala Aérea N° 3 de la FAP, ubicada en
Cerro Colorado, listo para partir en un helicóptero hacia el santuario de
Polobaya para traer la imagen de la Virgen de Chapi a la ciudad. Beneito,
un sacerdote español que hace solo un mes había retornado de Chicago, fue
comisionado por el arzobispo Vargas a cumplir con esta tarea logística debido a
que en 1983 participó del primer traslado que se hizo de la virgen hacia
Arequipa para aplacar la terrible sequía que asolaba a la región.
“La
primera vez que la trajimos en camioneta hubo mucha resistencia de parte de los
pobladores del lugar. Pensaban que no iba a retornar nunca más. En esta segunda
ocasión no hubo nada de eso gracias al resguardo policial. Luego de 20 minutos
de vuelo, aterrizamos en la explanada del santuario. Sacamos la imagen de la
antigua iglesia en una pequeña procesión y la subimos al helicóptero para
llevarla al campo papal”, cuenta Beneito ahora de 71 años.
La
nave aterrizó en un terreno descampado del campus de la Unsa, en donde
hoy se erige el estadio Ho Chi Min, en el área de ingenierías. Desde ese
pampón, se llevó en procesión a la santa imagen, cruzando la avenida Venezuela,
hacia el campo papal para que sea coronada.
Durante
la ceremonia, el padre Beneito estuvo muy ocupado así que no tuvo oportunidad
de acercarse a Juan Pablo II. Pero recuerda que le avisó a los agentes de
seguridad de El Vaticano que tomaran sus previsiones para sacar al Papa del
recinto rápido, ya que, debido a la gran devoción mariana que existe en la
ciudad, si se demoraba quedaría atrapado en el mar de gente que querría
acompañar a la Virgen de vuelta al pampón.
Terminada
la ceremonia, el Papa fue sacado de inmediato del lugar. Mientras tanto, miles
de fieles empezaron a avanzar en procesión al lado de la recién coronada Virgen
de Chapi. Una vez en el pampón, Beneito, junto con los oficiales de la FAP,
subieron de nuevo la imagen al helicóptero y partieron de vuelta hacia
Polobaya. En los momentos en que la nave aterrizaba de nuevo en el santuario
sin ningún problema, el padre Beneito recién supo que había cumplido con la
misión que le encomendaron.
UN
LAZO PERMANENTE
La
tarde anterior a la llegada del papa, Dante Zegarra López, secretario ejecutivo
de la comisión organizadora de la visita papal, se encontraba firmando
las 17 mil invitaciones que los organizadores entregarían a los clérigos
y fieles laicos para asistir a la ceremonia. Este contingente de personas
cercanas a la Iglesia se colocaría frente al altar para evitar que la población
se abalance sobre el Papa. Esta estrategia de anillos de seguridad fue la
alternativa que plantearon los organizadores ante la intención de la policía de
controlar el ingreso de las personas al campo papal mediante listas con nombres
y la identificación con huellas dactilares
La
policía accedió a que se ejecutara esta estrategia pero pidió que las
invitaciones estuviesen firmadas para evitar falsificaciones. La ardua tarea de
rubricar una por una las cartas recayó en Zegarra. Mientras cumplía con esa
tediosa labor, le informaron a Zegarra que los primeros ejemplares de su libro
sobre la historia del monasterio de Santa Catalina de Sena, en donde vivió y se
formó Sor Ana de los Ángeles, ya habían salido de la imprenta y estaban en su
casa justo a tiempo para que pueda entregárselos a Juan Pablo II.
Al
día siguiente, luego de que el Papa terminó la ceremonia en la Unsa, el arzobispo
Vargas dispuso que Dante Zegarra le entregara a Su Santidad dos ejemplares de
su libro antes de que regresara a Lima. El breve encuentro se dio en la avenida
Bolognesi, frente a la vivienda del arzobispo. El periodista Zegarra, hoy con
69 años cumplidos, tenía planificado decirle a Wojtyla que esa investigación
que le entregaba era fruto de 10 años de trabajo y que todo lo que afirmaba en
el texto estaba avalado en documentos. Sin embargo, en el momento en que quiso
hablarle, Dante Zegarra, que había trabajado más de un mes y medio sin
descansar en el comité organizador, cayó de rodillas ante el Papa y se quedó
mudo sin ninguna explicación.
Semanas
después de la visita, le llegó a Zegarra un carta del cardenal Giovanni Re, en
ese entonces secretario de estado del Vaticano, en donde por encargo del Papa
le agradecían por los obsequios y le informaban que su libro ya formaba parte
la biblioteca de la Santa Sede. Otro recuerdo del papa que guarda Zegarra es
una medalla de bronce con el rostro grabado de Juan Pablo II. Esa reliquia está
en un estante de su casa, al lado de una estatua de Sor Ana de los Ángeles,
como sellando para siempre el vínculo del santo con Arequipa.
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*Una
versión de esta crónica se publicó el sábado 20 de julio de 2013 en la edición
regional de El Comercio Arequipa.

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