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Dante E. Zegarra López, Periodista, Arequipa (Perú)

sábado, febrero 03, 2018


El monasterio de Santa Catalina en el principio

Santa Catalina en el principio
Por Dante E. Zegarra López


Vencidas las guerras fraticidas y las de conquista, los primeros pobladores de la recién fundada ciudad de Arequipa dedicaron sus esfuerzos por crear y fortalecer instituciones.
Una de ellas, el monasterio de monjas, venía con retrazo de una década, entre la intención y su realización.

Venciendo los obstáculos de las burocracias de la época, que para efectos de la Arequipa del siglo XVI, se concentraban en las ciudades de “Los Reyes” (Lima) y del Cusco, se logró el 10 de septiembre de 1579 hacer realidad el anhelo del Cabildo de la Ciudad de que se contara con un monasterio. Este deseo fue impulsado por la voluntad de una mujer, hija de un encomendero y fundador, viuda de encomendero y sin hijos y de apenas 36 años. Su intervención fue determinante.

Contando con la licencia del Virrey y la aprobación del prelado del Cusco, el Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa fundó el monasterio de Santa Catalina de Sena, firmando las Capitulaciones respectivas, que normaran el acceso a ese convento.

Los solares comprados por el Cabildo, años atrás a los esposos Galleguillos, a Juan Crespo y a dos indias, acondicionados por el alarife Gaspar Baez, para un convento de monjas nombrado de Nuestra Señora de Gracia, que nunca funcionó, fueron entregados en uso al de Santa Catalina de Sena.

La condición de la entrega fue el detentar el Patronazgo del Convento, es decir tener poder de aceptar o rechazar las peticiones del ingreso de jóvenes para monjas, además de administrar, por intermedio de un mayordomo, la economía del monasterio.

María de Guzmán, aquella viuda que pudiendo optar por un nuevo ventajoso matrimonio impulsó con su aporte personal la fundación del monasterio de Santa Catalina fue reconocida con los títulos de primera pobladora y priora, permitiéndole que designase a alguna joven para que ingrese como monja sin necesidad de dar dote alguna. Junto a ella otras cuatro mujeres formaron la primera comunidad: Ana de Jesús, Juana Pérez, Ana Gutiérrez y Quiteria de Berrío.

En las capitulaciones de la fundación de Santa Catalina quedó reservada para el obispado del Cusco la obediencia de las religiosas y la facultad de nombrar al capellán respectivo.

El patronazgo duró alrededor de cien años y el obispado de Arequipa, que reemplazó al del Cusco, en el cumplimiento de las condiciones de la fundación de Santa Catalina se irrogó el manejo de aquellos asuntos que estuvieron en manos seglares, ediles.

A lo largo de su historia el monasterio de Santa Catalina de Sena, ha sido no solo un centro de oración, sino también escuela para niñas, refugio de mujeres maltratadas, albergue temporal de mujeres perseguidas por la justicia, asilo de mujeres en la revolución y en la guerra y, ahora, en nuestros tiempo, el centro turístico por antonomasia.

Dentro de sus muros una ginecocracia jerarquizada, no clasista, un mundo de mujeres consagradas al silencio, la oración y al trabajo se desarrolló.

El perfeccionamiento de la vida monacal jerarquizada comenzaba tan pronto las jóvenes tomaban el hábito, inclinándose por pertenecer a ser monjas de velo negro o de velo blanco.

Y aunque la diferencia de la elección importaba a la hora de que sus padres o familiares pagasen la dote, siempre mayor para las monjas de velo negro, el dinero fue lo de menos importante. Así hubo monjas de velo negro que pagaron la mitad de la dote o que ésta fue pagada en forma incompleta y en especies por decenas de benefactores.

La existencia del monasterio de Santa Catalina supuso, también para las jóvenes de cuatro siglos atrás, un nuevo espacio, una nueva alternativa en la vida. Antes de su existencia, la mujer tenía dos opciones: casarse o permanecer soltera.

Allí, en el convento, las mujeres consagradas empezaron a experimentar la conquista de ciertos derechos y deberes, que las mujeres de siglos posteriores no tuvieron y que sólo conquistaron hace sólo 50 años, el 8 de marzo, con la promulgación de la ley 12391.

Las monjas cada tres años desde 1586, en forma permanente, se han reunido en Capítulo para emitir, en forma secreta su voto y elegir a su Priora. Y aunque en determinadas circunstancias, el obispo se irrogaba el poder de suspender las elecciones nombrando a Presidentas o Vicarias in Capite, esas fueron las excepciones.

Pero además las monjas, desde aquellos años, han tenido expedito el derecho de recurrir a instancias superiores, para contradecir alguna decisión del obispo que sintieran que les afectaba y hasta ejercer sus influencias en contra de los prelados.

Durante años, y especialmente en los últimos 35, se han difundido ideas desacertadas respecto a la vocación monacal.

Suponiendo que la vida en Arequipa Colonial fue copia exacta de la vida en la península Ibérica y que los usos y costumbres se extrapolaron, se ha dicho que las monjas eran puestas allí por decisión de los padres. Pudo haber algo de ello, pero las jóvenes novicias antes de profesar tuvieron desde octubre de 1580 la libertad de expresar su sincera voluntad. El prelado que admitía la profesión interrogaba sobre el deseo de ser o no monja, la libertad con que adoptaba la decisión y la existencia o no de coacción.

Las pruebas documentales existentes sobre las religiosas del monasterio de Santa Catalina de Sena de Arequipa, desmienten las suposiciones que afirman que en el Virreinato la primera hija estaba destinada a ser religiosa. Lamentablemente la falta de conocimiento en la fase inicial de la apertura del cenobio al turismo permitió la difusión de diversos errores históricos, entre ellos este que comentamos.

Pero además y muy temprano se conocen casos, como el de Francisca Pizarro, en que antes de profesar salieron del claustro, en claro uso de su libre albedrío. El testamento de su madre: María Cornejo de Simancas, dado en 1602 recuerda que ella recibió un anticipo de sus legítimas cuando dijo que quería ser monja. Ella, hija del cronista de la Conquista en Cajamarca, Pedro Pizarro, salió del monasterio y luego se casó con el capitán Francisco de Melgar Reinoso.
A la distancia de los siglos, a menudo la apreciación sobre la vida monacal en Santa Catalina, se desdibuja al valorar con criterios modernos hechos y costumbres verificados hace más de cuatro siglos.

Conceptos básicos

  • 1. Una monja no es otra persona que una hija del mundo, que tiene la intensión de perfeccionar y ordenar su vida en torno a un fin superior: Dios. A veces lo consigue, a veces tiene mucho que vencer para lograrlo y posiblemente haya quien muera en el intento.

  • 2. El monasterio no es una prisión. Allí las mujeres no van purgar ninguna falta. Allí ingresan por decisión personal, en atención a una vocación.

  • 3. Tampoco es un refugio, aunque pudiera haber alguna conciencia turbada que así lo considere.
    La vida monacal es una vida plena.

  • 4. Los cuatro votos monacales: pobreza, castidad, obediencia y clausura perpetua, no significan miseria, ni presupone virginidad. La obediencia tampoco supone una subordinación humillante y la clausura perpetua no implica que ante necesidades urgentes ésta sea rígida.

  • 5. La vida una religiosa de clausura fluctúa entre la vida monástica y la conventual, en cuanto que se entiende como vida del retiro, de la clausura, del ayuno y de la penitencia y vida en comunidad.

  • 6. Santa Catalina es convento, en cuanto que es una casa de religiosas y un monasterio en cuanto que esa casa observa una clausura permanente y perpetua.