La
Columna del Director: El arte de gobernar
Como decía Nicolás Maquiavelo “Yo creo que el
mayor honor que los hombres puedan tener es el que voluntariamente les otorga
su patria”.
Y ese honor no es otro que llegar a gobernar a su
pueblo, su ciudad, su provincia, su región o su país mediante la elección de
sus conciudadanos.
Esto, sin olvidar que gobernar es la capacidad de mandar con
autoridad; es guiar, conducir y dirigir a buen fin la entidad que rige por la
voluntad ciudadana.
Ello sin
dejar de recordar que autoridad significa poder; por lo tanto, el poder
político consiste en imponer autoridad en un conglomerado social por medio del
consentimiento, que es voluntario; por medio de la coerción, vale decir por la
fuerza; o por ambos.
Claro está que en este sentido, la gobernabilidad se establece sobre la base de
dos aspectos contradictorios: consenso y conflicto.
Esta
es la razón por lo cual el gobernante debe practicar el arte de “tender
puentes” para minimizar los conflictos que se originan por las contradicciones
latentes en el seno de la sociedad y que consisten en el choque de intereses y
objetivos divergentes entre los grupos, clases, sectores o fuerzas que
conforman la “urdimbre social”.
Lo
razonable también es que el gobernante o mandatario, cuide bien de servir a sus
conciudadanos antes de servirse a sí mismo, porque el ilícito aprovechamiento
del poder es lo que exacerba los ánimos de éstos.
Cuando
una medida administrativa, cuando la ejecución de una obra está pensada en
favorecer a los intereses del gobernante, disfrazándolos con la pátina del bien
público, afectando los intereses de otros ciudadanos, el gobernante pierde el
valor moral de su mandato.
Mucho
más grave y condenable es la actuación de un gobernante, de cualquier nivel,
que lucra con la ejecución de las obras públicas. Es cierto, que en el caso del
Perú la “coimisión” es ya una institución entre cierto sector de malos
funcionarios. Para ellos, la anécdota que protagonizara el mariscal Ramón
Castilla con el compadre que nombró como autoridad en su pueblo es la regla.
Especialmente cuando recuerdan que ante la queja del compadre de no recibir
ingresos por el cargo al que fue nombrado, el mariscal Castilla se limitó a
decir: “Haga usted obra, pues compadre”
Aunque
los conflictos existen permanentemente en el seno de la sociedad, quien
gobierna recordando que es mandatario, está obligado a encontrar la manera de
resolver los conflictos, limitarlos o controlarlos, mediante el consenso y la
contención.
El
consenso sólo se logra mediante el diálogo, mas no por la imposición, medida
que sólo agrava las relaciones entre gobernados y gobernantes.
Cuando
la imposición prima en el actuar de un gobernante elegido por el pueblo, sea
cual fuere su nivel, la democracia es quien sufre las consecuencias, tal como
lo hemos comprobado a lo largo de nuestra historia ciudadana, de nuestra
historia patria.
Obviamente,
según sea la mayor o menor gravedad de estos conflictos entre las partes que
configuran la sociedad, la situación o realidad, local, provincial o nacional
será buena, regular o mala.
El
buen arte de gobernar consiste en tener que escoger constantemente entre estos
dos extremos: gobernar dando prioridad a los intereses ciudadanos o gobernar
anteponiendo los intereses personales, particulares o de grupo.
¡Distinguir
entre los intereses del pueblo, del Estado, el de la Nación y del suyo propio,
elegir sus modelos y escoger y seguir una línea ética de conducta, es la base
del arte de gobernar.
Dante
E. Zegarra López
(Arequipa
al día, 25 mayo 2006)
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