Estimado(a) Lector(a):
Cuando me trasladaba de mi domicilio a la
redacción del diario, conversé con el chofer del taxi. El me planteó su
inquietud en torno a la celebración de la Semana Santa en
Arequipa. Para él, que no pasa de los 40 años, los arequipeños hemos perdido el
sentido y la profundidad de la Semana Santa.
Intercambiamos ideas y encontramos que su
observación era valedera sobretodo con la pérdida paulatina de los valores
propios de la ciudad, producto de la migración, el mestizaje y la globalización
de las costumbres, que hacen que estos días que antaño eran de recogimiento
sean ahora de relax y despreocupación.
La conversación, aunque quedó inconclusa,
reforzó una idea que me venía moviendo el espíritu en los últimos días. Tener
una reflexión personal y motivar a través de ella a una reflexión de usted sobre
temas fundamentales que surge a propósito de los temas que se meditan en Semana
Santa.
Sabemos que cada generación es testigo de la
lucha entre el bien y el mal, cada siglo va desvelando el proceso que culminará
con el fin del mundo. Del fin no sabemos ni el día ni la hora, pero Jesús nos
exhorta a estar alertas, no solo ante el fin del mundo sino también para saber
interpretar los signos de los tiempos actuales y responder a la luz del
Evangelio.
En ese marco espiritual este Domingo de Ramos
o también Domingo de Pasión nos permite reorientar nuestra actitud frente a la
vida, pues ningún cristiano puede ser, en ella, un mero espectador. No olvidemos que solo con
una visión teológica de la historia se logra entender lo que sucede en el
mundo. Todo, sea de índole política, económica, social, cultural, natural,
moral o religiosa está bajo la
Providencia de Dios y servirá Sus designios, pues al fin y al
cabo Jesús es el Señor de la
Historia.
Hoy, como sabemos, es Domingo de Ramos y en el
celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero entra como un rey
humilde, pacífico y manso. No entra con tanques ni con metralletas para
conquistar la ciudad. Tampoco entra en un caballo blanco al sonido de las
trompetas, como lo hacían antaño los emperadores o los generales romanos
después de vencer a los enemigos. No. Jesús entra montado en un burrito, signo
de humildad y de mansedumbre.
Es aclamado por gente buena y sencilla, y una
gran cantidad de sus discípulos son mujeres y niños. Lo proclaman rey no con el
estruendo de las armas, sino con los gritos de júbilo. Y no agitan bayonetas o
pancartas, sino ramos de olivo y de laurel, signos de la paz. ¡Éste es Jesús,
nuestro Rey, el Rey de la paz y del amor verdadero, el que entra hoy triunfante
a Jerusalén!
Lo importante de este pasaje es que Jesús, este
Rey, no se ha preocupado de las encuestas de popularidad para llegar a que lo
aclamen. El desarrolla el plan que su Padre le señaló, sin claudicar en ningún
instante al fundamento que encarna su vida: el amor y la verdad.
No emplea el engaño, el ardid para que lo
sigan y lo aclamen. Tampoco cambia su discurso ni claudica de este ante el
peligro de ver la cercanía de su pasión y muerte.
Ahora que los modernos reyes, los gobernantes,
rigen su actuación por el vaivén de las encuestas, variando su discurso de
acuerdo a lo que quiere escuchar el auditorio, es importante que todos
meditemos sobre el valor de la integridad y de la consecuencia, de la verdad,
el servicio y el amor.
Dante E.
Zegarra López
dezegarra@gmail.com
(Diario
Arequipa al día, 31 marzo 2007)

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