Estimado(a) Lector(a):
Comenzamos el Triduo Pascual, que en nuestra
ciudad es motivo de visitar los “Monumentos Eucarísticos”. Una visita que nos
vuelca a las calles y que llena nuestros templos.
En el Triduo Pascual los cristianos
celebramos, como Iglesia, los grandes misterios de nuestra salvación: el
viernes de Cristo muerto, el sábado de Cristo sepultado y el domingo de Cristo
resucitado.
Pero más allá de lo anecdótico que ello puede
significar en nuestro cotidiano existir, estas fechas son motivo de una
especial meditación. Estos días no son un simple recuerdo, en ellos se hace
presente y se realiza el misterio de la Pascua: el paso del Señor de este mundo
al Padre.
Si es que acompañamos seriamente a Jesús en
sus últimas horas sobre la Tierra, antes de sufrir una injusta condena de cruz
que Él bien sabía que pasaría por la salvación de nosotros los hombres,
recordaremos todo el simbolismo, todo el mensaje de su Última Cena.
El Maestro se levantó de la mesa, se sacó el
manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un
recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secarlos con la
toalla que tenía en la cintura.
Jesús lava los pies de sus discípulos, una
tarea que era propia de esclavos. Con este gesto inesperado, hace visible la
actitud de rebajamiento y de servicio que caracteriza su presencia en la
comunidad.
La escena, personalmente me cuestiona, me
increpa y hace meditar en cómo y cuánto, a nosotros comunes mortales, nos
cuesta bajar del peldaño en que nos creemos que estamos ubicados, basados en
nuestro orgullo y pedantería, para servir a los nuestros, a nuestros amigos, a
quienes representamos.
Pero si la actitud de la escena que nos trae
el Evangelio en este día no nos dice nada, por lo duro de corazón que muchas
veces exhibimos, creo que las palabras que siguen nos explicarán con mucha
mucho más claridad, con la autoridad de Jesús, el Señor: “¿Comprenden lo que
acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón,
porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y Maestro, les he lavado los pies,
ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Los he dado el ejemplo,
para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”.
En la vida diaria, tenemos muchas formas de
lavarnos los pies unos a los otros y mostrar esa actitud de servicio que
debemos tener. Actitud de servicio que debe ser mucho más profunda, más intensa
en aquellos que por alguna razón de la vida tienen responsabilidades y mando
sobre otros hombres.
A través de esa actitud, si es que es sincera,
quedaremos limpios de errores y maldades.
Mientras escribo estas líneas, me asaltan una
serie de inquietudes que supongo ustedes también les asaltará cuando se piensa
en serio en la actitud de servicio que debemos tener.
¿Cómo debe ser el servicio? ¿Qué
características debería tener un servicio inspirado en la actitud de Jesús?
Un servicio bajo esa inspiración, debe ser
honesta. No debe tener dobles, es decir que no debe tener otra razón que el
servir abiertamente. Pero además debe ser silenciosa. No tiene necesidad de
hacer alarde, ni propaganda.
Cuando el servicio, por el contrario busca el
reconocimiento, el anunciar para obtener el rédito que la acción pueda generar,
ese servicio no trasciende más allá de lo que hizo.
Con la esperanza de que todos meditemos en
cómo servir mejor a nuestros semejantes, volveré a escribir esta columna, el
Sábado Santo, el Sábado de Gloria.
Dante E. Zegarra López
dezegarra@gmail.com
(Diario Arequipa al día, 5 abril 2007)

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