Estimado(a)
Lector(a):
Nos
encontramos en la víspera del triduo pascual, la pasión, muerte y resurrección
de nuestro Señor Jesucristo y como los días anteriores tratare de contrastar el
texto del Evangelio con nuestra vida diaria, en el propósito de vivir la Semana Santa en activa de
reflexión.
Hay
una frase del profeta Isaías, que forma parte de la primera Lectura de las
misas de hoy, que me motivan a pensar y a escribir. El versículo dice: “No me
tape el rostro ante ultrajes”.
Personalmente
siento que es una invitación que recibimos todos los hombres a ser profetas
donde quiera que estemos. Es decir que tenemos la capacidad de denuncia del
mal, porque nuestra fortaleza está en Dios. Esta capacidad implica muchas veces
enfrentar a nuestra propia comodidad y allí el valor. Asumir conscientemente
una actitud de esa naturaleza implica necesariamente consecuencia e integridad.
¿Cuánto
de ello tenemos o ponemos en la vida diaria?
Por
otro lado el Evangelio que nuevamente nos enfrenta ante la traición del apóstol
Judas nos hace ver claramente que el mal es un misterio. El mal o el pecado, es
en sí irracional, incomprensible. No busca sino lo contrario al bien del
hombre. Es una destrucción.
Por
eso Judas, uno de los doce, amigo íntimo del Señor, que le acompañó por tres
años, que vio muchos milagros, que saboreó sus divinas palabras; que pudo
tocarlo, palparlo, mirarlo, conocerlo y, quizás, amarlo. Pero esa ceguera le
bajó los ojos a la tierra, a sus propios intereses, tal vez de orden meramente
político, inmediato, material y no trascendente, espiritual como exigía el
mandato del amor. Dejó de creer. Y porque de creer dejó, también de esperar y,
sobre todo, de amar que es el corazón del cristianismo. Salió resuelto a
entregarlo.
La
traición, como mucha de nuestras actitudes, no vino en un momento. Fue el
resultado de una conciencia deformada
paulatinamente, poco a poco, comenzando en las cosas pequeñas hasta terminar...
¡en el pecado más grande!
En
nuestra vida diaria, tanto en la vida familiar o laboral, vamos cayendo como
Judas en errores y en decisiones erradas que terminan por trastocar la línea
recta que debíamos seguir.
Se ha
dado cuenta, por ejemplo, que cuando comenzamos a poner un poco de desgano en
nuestro trabajo, eso va generando un ambiente poco propicio que termina por
alterar no solo las buenas relaciones sino la producción y con ello la
seguridad de nuestro trabajo. O cuando, por evitarnos un pequeño problema no
decimos la verdad, pronto vamos creando una nueva mentira que armonice con la
anterior y así hasta que terminamos por desfigurar nuestra vida. Hoy podemos
ver claramente hasta qué punto llega el
mal a torcer los ojos y la importancia de evitar la deformación de nuestra
conciencia.
Hoy
cuando acompañemos o veamos pasar o recordemos que desde el templo de La Merced sale en procesión el
cuadro del “Señor de la
Sentencia ”, deberíamos detenernos un instante para ver a ese
Jesús acusado por los judíos, juzgado por los políticos, descalificado por los
sacerdotes, mancillado por los soldados, cautivo por los romanos, condenado por
los intelectuales, vilipendiado por su pueblo, ignorado por sus protegidos, negado
por su discípulo, traicionado por su amigo, ultrajado por la muchedumbre, sentenciado
por gobiernos y gobernantes y a modo de oración preguntar con verdadera
humildad “¿Seré yo Señor?”
Dante E. Zegarra López
dezegarra@gmail.com
(Diario Arequipa al día 4 abril 2007)

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