Estimado(a)
Lector(a):
Desde
ayer empezamos la celebración de la Semana Santa, la misma que comprende el
final de la Cuaresma (de domingo a
miércoles) y la celebración del Triduo Pascual (de jueves a sábado).
Manteniendo el propósito de esta semana grande, continúo mi reflexión siguiendo
la secuencia del Evangelio en estos días examinando a luz de ellos las
actitudes que tenemos los hombres.
Ayer
recordamos el ingreso triunfal de Cristo en Jerusalén. La muchedumbre de los
discípulos y otras personas le aclamaron como Mesías y Rey de Israel. Hoy lo
encontramos en Betania, aldea situada muy cerca de la capital, donde Jesús
solía alojarse en sus visitas a Jerusalén.
Allí,
una familia amiga siempre tenía dispuesto un sitio para Él y los suyos. El
cabeza de familia es Lázaro, a quien Jesús resucitó de entre los muertos. Con
él viven Marta y María, hermanas suyas, que esperan llenas de ilusión la
llegada del Maestro, contentas de poder ofrecerle sus servicios.
Es en
Betania que tiene lugar un episodio que recoge el Evangelio de la Misa de
hoy, que nos relata que allí le
ofrecieron una cena; Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a
la mesa. María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy
costoso, ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la
casa se llenó de la fragancia del perfume.
Del
hecho salta a la vista la generosidad de esta mujer. Desea manifestar su
agradecimiento a Jesús, por haber devuelto la vida a su hermano y por tantos
otros bienes recibidos, y no repara en gastos. Judas, presente en la cena,
calcula exactamente el precio del perfume. En vez de alabar la delicadeza de
María, se abandona a la murmuración: ¿por qué no se ha vendido este perfume por
trescientos denarios para dárselos a los pobres? En realidad, como hace notar
el evangelista San Juan, no le importaban los pobres; le interesaba manejar el
dinero de la bolsa y hurtar su contenido.
En
las actitudes de María y de Judas, están representados las conductas de toda la
humanidad, las actitudes de la sociedad, los talantes cada uno de nosotros.
Y es
que hay momentos de nuestra vida en que actuamos como María, plenamente
agradecidos y muchos otros momentos en que nos dejamos arrastras por la envidia
y la murmuración, que al fin y al cabo son expresiones de nuestra carencia de
amor verdadero.
Muchas
veces actuamos como Judas viendo el bien que hacen otros, pero no queremos
reconocerlo. Nos empeñamos en descubrir intenciones torcidas, tendemos a
criticar, a murmurar, a hacer juicios temerarios. Reducimos la caridad a lo
puramente material -dar unas monedas al necesitado, quizá para tranquilizar
nuestra conciencia.
En
nuestro egoísmo, tenemos envidia y esto es llevar sobre hombros un demonio que
no nos deja mejorar ni avanzar en la plenitud de la vida.
También
como Judas muchos nos creemos con el derecho y la autoridad de hacer
comentarios sobre otras personas, denigrando, menospreciando y hasta
calumniando, con una tranquilidad pasmosa.
La
murmuración saca a relucir la falta de integridad y de amor de aquel que
murmura. El que se respeta y se estima a sí mismo considera a los demás en esa
misma dimensión. Es pues, la murmuración, la plaga de los grupos y la que ataca
en forma directa la unidad de los mismos; sea en la familia, en el trabajo, en
el vecindario, en las diferentes organizaciones, y hasta en la iglesia.
Cada
quien en su fuero interno sabe cuanto de María o cuanto de Judas tiene en su
vida cotidiana. Ojala esta Semana Santa nos haga reflexionar sobre esto y nos
permita, en el futuro, ser ciudadanos de verdadera integridad moral.
Dante
E. Zegarra López
dezegarra@gmail.com
(Diario
Arequipa al día 2 abril 2007)

0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home