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Durante
muchos años en Arequipa era tradicional que el viernes santo a las tres de la
tarde, todas las campanas enmudecieran. Era la muerte de las campanas como
símbolo de la Muerte
de Jesús. Y a ello, le seguía el sábado santo, con la “Soledad de la Virgen ”.
Nuestras
procesiones de este día reflejan esa forma de sentir y vivir el Sábado Santo. La Virgen vestida de negro,
con el corazón traspasado por siete espadas y las marchas fúnebres de Morán,
Funerales de Atahualpa o la marcha fúnebre de Canevaro, hacen que quienes
acompañan la procesión que sale del templo de San Francisco interioricen en los
sentimientos de la Virgen
de las Angustias.
Como
Benedicto XVI alguna vez señaló, en “el viernes santo podíamos contemplar aún
al traspasado; el sábado santo está vacío, la pesada piedra de la tumba oculta
al muerto. Todo ha terminado. La fe parece haberse revelado a última hora como
un fanatismo. Ningún Dios ha salvado a este Jesús que se llamaba su hijo.”
Sólo
así, con una imagen congelada de un momento, que refleja ese tiempo de vacío y
de ausencia se puede explicar la angustia y la soledad.
Es
evidente que los seres humanos nos resistimos a la muerte, aun cuando tenemos
conciencia que todo lo que nace, muere. Todo lo que tiene un principio, tiene
un final.
Y
aunque María, la madre de Jesús puso su vida y su voluntad en la voluntad de Dios,
probablemente como madre sentiría la ausencia física de su hijo. Sufrió
entonces la soledad física de quien tiene conciencia que no verá físicamente a
su hijo. También debió transitar lo irracional que para los padres resultan las
muerte de los hijos, pues lo sienten como impropio e ilógico, hasta el extremo
que no existe una palabra que denomine al padre o la madre que pierde a un
hijo.
La
soledad física que muchas veces nos envuelve, tiende a superarse, pero la
soledad del espíritu es mucho más dolorosa, pues es la ausencia de fe.
La
ausencia de fe es lo que nos envuelve en la angustia, en la desesperación y
finalmente den la soledad.
Últimamente
somos testigos involuntarios de esa ausencia de fe que hace crecer en el
espíritu de los seres humanos un ansia por la vida plena. Estamos, casi a
diario, enfrentándonos a las consecuencias de tal carencia de fe. Las noticias
nos hablan de irrazonables actos de hombres que en nombre del amor asesinan y
se matan o también de los incongruentes suicidios de jóvenes que debieran amar
a la vida.
Es
por eso que creo importante hoy reflexionar el silencio mortal que siguió a la
muerte de Jesús en el Gólgota. El impresionante misterio del sábado santo, su
abismo de silencio, ha adquirido, pues, en nuestra época un tremendo realismo,
tan grande que muchas veces nos atrevemos a decir que infierno está aquí en la
tierra.
Pero
esa soledad insuperable del hombre ha sido superada desde que Él, se encuentra
en ella. El infierno ha sido superado desde que el amor se introdujo en las
regiones de la muerte, habitando en la tierra de nadie de la soledad. En
definitiva, el hombre no vive de pan, sino que en lo más profundo de sí mismo
vive de la capacidad de amar y de ser amado. Desde que el amor está presente en
el ámbito de la muerte, existe la vida en medio de la muerte.
Y en
medio de esta reflexión no olvidemos pedirle en oración: Concédenos la humilde
sencillez de la fe que no se desconcierta cuando tú nos llamas a la hora de las
tinieblas y del abandono, cuando todo parece inconsistente. En esta época en
que tus cosas parecen estar librando una batalla mortal, concédenos luz
suficiente para no perderte; luz suficiente para poder iluminar a los otros que
también lo necesitan.
Dante
E. Zegarra López
dezegarra@gmail.com
(Diario
Arequipa al día, 7 abril 2007)

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