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Dante E. Zegarra López, Periodista, Arequipa (Perú)

miércoles, enero 17, 2018

La Carta del Director: La Soledad


La Carta del Director: La Soledad

Estimado(a) Lector(a):
Durante muchos años en Arequipa era tradicional que el viernes santo a las tres de la tarde, todas las campanas enmudecieran. Era la muerte de las campanas como símbolo de la Muerte de Jesús. Y a ello, le seguía el sábado santo, con la “Soledad de la Virgen”.
Nuestras procesiones de este día reflejan esa forma de sentir y vivir el Sábado Santo. La Virgen vestida de negro, con el corazón traspasado por siete espadas y las marchas fúnebres de Morán, Funerales de Atahualpa o la marcha fúnebre de Canevaro, hacen que quienes acompañan la procesión que sale del templo de San Francisco interioricen en los sentimientos de la Virgen de las Angustias.
Como Benedicto XVI alguna vez señaló, en “el viernes santo podíamos contemplar aún al traspasado; el sábado santo está vacío, la pesada piedra de la tumba oculta al muerto. Todo ha terminado. La fe parece haberse revelado a última hora como un fanatismo. Ningún Dios ha salvado a este Jesús que se llamaba su hijo.”
Sólo así, con una imagen congelada de un momento, que refleja ese tiempo de vacío y de ausencia se puede explicar la angustia y la soledad.
Es evidente que los seres humanos nos resistimos a la muerte, aun cuando tenemos conciencia que todo lo que nace, muere. Todo lo que tiene un principio, tiene un final.
Y aunque María, la madre de Jesús puso su vida y su voluntad en la voluntad de Dios, probablemente como madre sentiría la ausencia física de su hijo. Sufrió entonces la soledad física de quien tiene conciencia que no verá físicamente a su hijo. También debió transitar lo irracional que para los padres resultan las muerte de los hijos, pues lo sienten como impropio e ilógico, hasta el extremo que no existe una palabra que denomine al padre o la madre que pierde a un hijo.
La soledad física que muchas veces nos envuelve, tiende a superarse, pero la soledad del espíritu es mucho más dolorosa, pues es la ausencia de fe.
La ausencia de fe es lo que nos envuelve en la angustia, en la desesperación y finalmente den la soledad.
Últimamente somos testigos involuntarios de esa ausencia de fe que hace crecer en el espíritu de los seres humanos un ansia por la vida plena. Estamos, casi a diario, enfrentándonos a las consecuencias de tal carencia de fe. Las noticias nos hablan de irrazonables actos de hombres que en nombre del amor asesinan y se matan o también de los incongruentes suicidios de jóvenes que debieran amar a la vida.
Es por eso que creo importante hoy reflexionar el silencio mortal que siguió a la muerte de Jesús en el Gólgota. El impresionante misterio del sábado santo, su abismo de silencio, ha adquirido, pues, en nuestra época un tremendo realismo, tan grande que muchas veces nos atrevemos a decir que infierno está aquí en la tierra.
Pero esa soledad insuperable del hombre ha sido superada desde que Él, se encuentra en ella. El infierno ha sido superado desde que el amor se introdujo en las regiones de la muerte, habitando en la tierra de nadie de la soledad. En definitiva, el hombre no vive de pan, sino que en lo más profundo de sí mismo vive de la capacidad de amar y de ser amado. Desde que el amor está presente en el ámbito de la muerte, existe la vida en medio de la muerte.
Y en medio de esta reflexión no olvidemos pedirle en oración: Concédenos la humilde sencillez de la fe que no se desconcierta cuando tú nos llamas a la hora de las tinieblas y del abandono, cuando todo parece inconsistente. En esta época en que tus cosas parecen estar librando una batalla mortal, concédenos luz suficiente para no perderte; luz suficiente para poder iluminar a los otros que también lo necesitan.
Dante E. Zegarra López
dezegarra@gmail.com
(Diario Arequipa al día, 7 abril 2007)