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Dante E. Zegarra López, Periodista, Arequipa (Perú)

viernes, febrero 02, 2018

Jaque al rey


Jaque al rey

Dante E. Zegarra López

Delgado como un álamo, pensando siempre en grande. En escribir grandes y secretos reportajes o en producir grandes campañas publicitarias. Fue genio y figura hasta su muerte.
Hace treinta años regresó a su tierra después de haberse hecho un nombre en el campo del periodismo y de la publicidad en Lima. El Noticiero Conchán, la UPI y la Feria del Pacifico marcaron sus hitos en la capital. En esa época lo conocí personalmente. Y hoy lamento su muerte.
Hacen dos semanas, lo vi por última vez. Afrontaba una situación delicada de salud. Sin embargo, de los cuatro o cinco minutos de conversación, él dedicó más de la mitad a quererme hacer partícipe de un increíble reportaje. Un reportaje-destape sobre la vida en el hospital donde él era paciente. Sobre la actitud y los hechos que protagonizan diariamente, auxiliares, enfermeras y médicos. Fue la noche anterior al día en que empezó la última huelga médica y en la que él era una de sus víctimas.
Durante años compartimos las armas del periodismo. Primero en la United Press Internacional y luego en la Oficina Central de Información y hasta en un reportaje que durante treinta días se publicó en un medio local sobre la historia del Proyecto Majes. Lo presentamos a un concurso, pero sus autores, nosotros, levábamos el estigma de la OCI. Baldón que nosotros lucimos con orgullo porque en nuestro trabajo no sólo pusimos profesionalismo sino además que no claudicamos ideales. El concurso lo ganó un historiador. Las bases no se cumplieron pero nadie discutía el aura del historiador y de paso se evitaba que el odiado nombre de la OCI fuese vinculado con el concurso, que tuvo en esa su última versión.
Espíritu libre, devoto de la Virgen de Chapi, un buen día prefirió adentrarse en las azarosas aguas de crear empresa. Una empresa de Publicidad para enfrentar a las más pintadas de la capital. Y lo logró. Él fue maestro en el campo de la publicidad.
Su pasión fue personificar al refinado dandy inglés que llevaba en el alma. Lo hizo en el momento cumbre de su esplendor, viviendo y pronunciando el idioma de Shakespeare con el acento propio de los nativos de la rubia Albión, rezago de algún gen heredado de algún antepasado.
Su esmirriada figura contradecía su buen gusto por el comer o por el cocinar. Con el paso del tiempo perdió una a una sus posesiones y sus aficiones, salvo su pasión por el cigarrillo.
La noticia de su muerte me llegó justo cuando intentaba escribirle unas líneas. Su esposa, quien me pidió lo convenciera que dejara de fumar. Ella iba a fungir de mensajera ante la imposibilidad mía de llegar nuevamente a su lecho de dolor. Lucy, su esposa, fue la mensajera que a mi me trajo la noticia de su muerte.
Ahora, al paso de las horas, siento como un lastre lo que las circunstancias de esta vida nos está obligando a ser. Como marionetas del viento de los tiempos hemos perdido la sensibilidad de la solidaridad. Nos metemos tanto en nuestros propios problemas, que además no los compartimos con nadie. Nos encerramos tanto, que terminamos por vivir el cada día como autistas, lamentando luego que un amigo partió.
Pablo Jesús del Carpio López jugó su última partida en una cama del hospital Honorio Delgado Espinoza. Él, un buen ajedrecista, autor de “Dos genios en pugna”, no pudo evitar el jaque al rey, que la vida le propinó.